Roberto Mancilla, caricaturizado. Fichero Político Angel Mario Ksheratto Hace 20-22 años, junto con Salvador Ruiz Zambrano, Carlos Acevedo Martínez, Carlos Ruiseñor Liévano y Carmelo Espinosa, nos reuníamos en domingo por las tardes; la tarea era armar el periódico “Signos” que entonces circulaba todos los lunes. De todos, el infaltable fue Roberto Mancilla Herrera, cuya contundencia con la pluma era incontestable. Los políticos y funcionarios a quienes se refería en sus artículos, le calificaban de “intratable”; nosotros, que compartimos muchos años la misma mesa y la misma silla en las modestas oficinas de Signos, le teníamos como un periodista temerario, uno de los pocos que puso en su lugar al entonces gobernador Patrocinio González Garrido, famoso por su mal genio y pocas pulgas. Pero detrás del periodista irrevocable y testarudo, estaba el amigo, el compañero de mente ágil que nos hacía las tardes de domingo llevaderas. Pese a su pluma certera y punzante, era un hombre
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