Angel Mario Ksheratto
Si un logro —involuntario— ha tenido Donald Trump, es la desmitificación del presidencialismo abrumador que otorga a los temporales residentes de la Casa Blanca, el obligado halo de misticismo que pinta a los presidentes como los hombres con el más alto coeficiente intelectual, humanistas, pulcros, sobrios, decentes…
No ha sido, la desmitificación trumpista, un acto de buena fe, premeditado con sumo cuidado y producto de profundos análisis filosóficos, empatías políticas u otra cuestión que la revistiese de nobleza; es en sí, la consecuencia de una mente —la de Trump, claro está— en pleno estado catastrófico y por ende, caótica, alimentada por una terrible ignorancia que, sorprendentemente, algunos ven como “virtud”.
En el desesperado afán de constituirse como el mejor presidente de Estados Unidos, ha desgarrado las ropas de una institución desde cuyas entrañas se regía al mundo (hoy USA es objeto de burlas de cualquier país), desnudando desde aspectos triviales del despacho más poderoso de ése país, hasta secretos de Estado que ponen en grave riesgo la seguridad estadounidense y del planeta en general.
Durante y después de la presidencia de Bush, hijo, se creyó que la figura presidencial norteamericana, había alcanzado su tope máximo de pifias y affaires. Nunca más, tendrían un presidente errático, incongruente, despistado, confundido y con notorias faltas de inteligencia personal.
Ya antes, otros presidentes habían incurrido en escándalos lamentables: Clinton, incapaz de controlar su lascivia, Nixon, empeñado en hacer daño permanente a sus adversarios; Bush, padre, obsesionado con matar a todos los musulmanes, Carter, obcecado con introducir ideas comunistas, Reagan, convencido de que podría limpiar a Centroamérica, de indígenas y revolucionarios, Obama y su hipocresía.
Con el cristal con el que hoy vemos a Estados Unidos, reparamos en que los excesos de los antecesores de Donald Trump, parecen divertidas anécdotas, caprichos inocentes, aventuras coloquiales, dignas de ser contadas en películas para niños. Los expresidentes, acceden a los más alto del Parnaso.
Lo del actual presidente estadounidense, es grave; raya claramente en la locura, lo cual es de alta peligrosidad para la democracia, la estabilidad interna, las libertades civiles, los derechos humanos y la propia intención de esa nación, de mantener cierta hegemonía para usufructuar intereses económicos y armamentistas de algunos países que, a pesar de Trump, siguen teniendo un mínimo de confianza, no en las autoritarias y fracasadas políticas de éste, sino en el pueblo estadounidense.
Es cuando en América Latina nos preguntamos: ¿Tendrán los votantes estadounidenses la capacidad de elegir, en noviembre, a un presidente a la altura de su riqueza cultural, social, política…? ¿Votarán los ciudadanos que, históricamente, han defendido los derechos de todos, a favor de un presidente racista, absolutista, autoritario y, muy probablemente, con deficiencias de salud que obnubilan cualquier criterio noble?
La áurea que pendía sobre la cabeza de los presidentes del vecino país, dejó de ser el tesoro que enorgullecía a los norteamericanos; el sueño de los fundadores de la nación, en el sentido que la grandeza de ésta radicaría en la de sus presidentes, Trump lo ha roto descaradamente. Figurativamente, ha sido como sustituir al león con un marrano, en el entendido que los cerdos, tienen cualidades superiores —y mucho más nobles— a las del señor Trump.
De la integridad de los electores, depende el futuro de aquel país.