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Angel Mario
Ksheratto
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JOTP, mercenario de la ley y la justicia. |
El
sometimiento del Poder Judicial a caprichos de grupos manipulados por
chantajistas profesionales, es, aparte de absurdo e inadmisible, sumamente
preocupante, toda vez que pone al Estado mismo en jaque, frente a problemas
sociales que bien podrían tener una salida decorosa y apegada a derecho, si se
tuviere voluntad para aplicar la ley, sin distingos, preferencias o muestras de
debilidad institucional.
Es claro que
el haber cedido a presiones y chantajes, deja abierta la posibilidad para que
en el futuro inmediato, peligrosos delincuentes recurran a la táctica del
secuestro de funcionarios, para obtener su libertad, sin importar el delito que
hayan cometido.
Deja también
sentado un negro precedente mediante el cual, el Poder Judicial tendrá
facultades extrajudiciales para torcer la ley en beneficio de la criminalidad,
lo cual contraviene a la pretensión de la Cuarta Transformación, cuya doctrina
emergente es la de acabar con la corrupción, principalmente en el Poder
Judicial, organismo que por años y en todos los estados de la república, ha
sido señalado como la principal fuente de corrupción.
No es
extraño que el presidente de ese Poder, Juan Oscar Trinidad Palacios, tire al
bote de la basura la ley. Su larga trayectoria en el viejo PRI, su célebre fama
de mitómano patológico y su permanente sed de poder, le han llevado a cometer
tropelías contra el bien público y el orden jurídico y legal, lo cual,
constituye un gravísimo riesgo para la gobernabilidad y el Estado de Derecho.
En ninguna
parte del mundo, el Estado negocia con grupos irregulares que pretendan obtener
beneficios a través del sometimiento de las leyes, el chantaje y la amenaza. En
la década de los 60’s, hasta mediados de los 90’s, diversos grupos terroristas
en Europa y América, toparon con pared al tratar de liberar a sicarios
encarcelados, tras el secuestro de importantes personalidades y funcionarios de
alto rango.
Aquí, un
violador confeso es canjeado por una funcionaria, a la que desde el inicio de
su secuestro, el Poder Judicial, la había dejado en el desamparo absoluto, a
merced de una turba que exigía un millón de pesos y la libertad de un
delincuente, a cambio de liberarla.
Se trata de
un asunto de debilidad por parte del Poder Judicial y también, de complicidad y
total entreguismo al crimen por parte de ese Poder. Si bien la vida de una
funcionaria estaba en serio riesgo, hay que decir que, de no ser por la presión
social, Juan Oscar Trinidad Palacios, no hubiese procedido (y de la peor forma)
a buscar mecanismos para salvar a la víctima.
Nos cuentan
fuentes confiables que las negociaciones, se dieron en otras instancias y con
la participación del Ejecutivo y lo peor: que fue un trabajo titánico,
localizar al presidente del Poder Judicial para notificarle lo sucedido.
Indiferencia,
desorganización, irresponsabilidad, como factores de uso común en un
funcionario que ha abierto las puertas de las cárceles a toda clase de
delincuentes. Porque ahora, cualquiera que quiera salir libre de la prisión,
tendrá suficiente con secuestrar a un funcionario y sobre eso, pedir una fuerte
suma de dinero.
Preguntémonos:
¿Debe el Estado mantener la protección al presidente de un Poder que no está a
la altura de las circunstancias? ¿Debe seguir en el cargo un jefe a quien la
vida de sus subalternos le vale un cacahuate? ¿Es moral que uno que tuerce la
ley, siga al frente del organismo encargado de administrarla con pulcritud?
¿Cuántos secuestros vienen enseguida? ¿Abona, la actitud de Trinidad Palacios,
a la transformación que se pretende?
Los
magistrados, deben actuar en consecuencia; no hacerlo, los convertirá en
cómplices de las aberraciones que en adelante, cometa el susodicho. En lo
tocante a la víctima del secuestro, bueno será que ese Poder, le brinde toda la
atención médica y psicológica adecuada, toda vez que el daño ocasionado, es
grave. Y con las formas del todavía “presidente” de esa instancia, dudamos que
la generosidad del Estado, se haga presente. Triste asunto.
Transitorio
“¡Fuchi!”
“¡Guácala…!” Y la delincuencia, como par arte de magia, desapareció de México.
Es algo así como el “!Ábrete Sésamo!” o el “¡Lázaro, levántate y anda!”. ¡Ja!
Si así de fácil fuera el asunto. Pero no; se requiere de estrategias, de
acciones, de aplicación de la ley, de contundencia. Lastimosamente, el
presidente cree que la fraseología es aplicable en un país que empieza a verle
como el mejor de los males, sino, como el mal necesario.
No es con
frases, señor presidente. Así no.