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Angel Mario
Ksheratto
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Como el "Santo Cachón", repartiendo perdón... |
Así, de un
escupitajo redentor, el presidente electo eliminó preceptos constitucionales, códigos
de conducta, leyes secundarias y de pasó, puso en jaque a su pretendida “constitución
moral” que, debemos suponer, habrá de contener normas morales como la de no
robar, para decir lo menos y para estar a tono con la exigencia de justicia,
que fue el combustible que aceleró la derrota de la anquilosada clase política
gobernante y facilitó el triunfo de quien ahora, lo perdona todo.
México ha
sido víctima de la corrupción y la impunidad desde la revolución a la fecha;
más aún, desde la conquista, la colonia y la reforma. Ello obligó al todavía
presidente Enrique Peña Nieto —en un arranque de tardía sinceridad—, a
proclamar hace unos meses que la corrupción en el país, “es cultural”.
Desató todas
las iras; demonios y ángeles perdieron la compostura y le defenestraron al
basurero de la historia. Cierto es que la poca autoridad presidencial que le
quedaba a Peña Nieto, fue insuficiente para poner la etiqueta adecuada al
cáncer de la corrupción que se fortaleció, monstruosamente, al amparo del
todopoderoso PRI, al que por cierto, perteneció Andrés Manuel López Obrador, en
sus años de juventud.
La
corrupción ha generado impunidad y la impunidad, arbitrariedades que solo
robustecieron la pobreza y la marginación que hoy tiene a millones de
mexicanos, en la miseria absoluta. He ahí un fundamento para considerar que lo
entonces dicho por Peña Nieto, no estuvieron ni están lejos de la verdad.
Tanto, que
en la cultura política aun de las llamadas “izquierdas progresistas”, la
corrupción no solo debe perdonarse, sino engordarse con una impunidad mayor y
bajo el signo de una redención absolutista, unipersonal, arbitraria, inoportuna
e improcedente. Con ello, las leyes escritas y no prácticas referentes al
combate a la corrupción, quedan anuladas; desprovistas de vitalidad constitucional
y al amparo del teocratismo politizado.
El que el
presidente electo, López Obrador, haya dictado la absolución perenne de quienes
le dejan un país en ruinas, prueba dos cosas: primero, que previo a su triunfo,
hubo pactos de impunidad; contratos de complicidad que retratan de cuerpo
entero la podredumbre donde seguirá la clase política entrante y segundo, que
independientemente de lo mentiroso y falaz que está resultando AMLO, hay en él,
visos de dictador, puesto que en toda democracia, la ley está por encima de
gobernantes y gobernados y no, el gobernante por encima de la ley y los
gobernados.
El clamor de
los 30 y tantos millones que votaron a favor de López Obrador, fue en torno al
fin definitivo de la corrupción y los corruptos; se votó contra la corrupción y
la impunidad. Se votó por un cambio de fondo. Se votó por extirpar ese mal.
Ofrecerles
perdón, es una burla a los mexicanos; es engañar y es traicionar a esos
millones que confiaron en un hombre que está resultando igual o peor que sus
antecesores. Es retroceder discursivamente y es incumplir con la promesa de
campaña; es, simple y llanamente, reforzar alianzas con la, tantas veces
criticada, “mafia del poder”.
Existe la
posibilidad del poder de la ley. Es decir, que lo escrito, se respete; no por
el hombre que se autocomplace en la creencia mesiánica, sino por aquellos que
creen en la institucionalidad y practican el patriotismo y no el nacionalismo ramplón,
que pretende mediante mentiras, cambiar la ley para perpetuarse en el poder.
Los efectos
del perdón del presidente electo, ya se están viendo: la lideresa del sindicato
de maestros —acusada de diversos delitos, encarcelada y libre por presiones y
favores políticos—, Elba Esther Gordillo, ha anunciado que regresará por sus
fueros. Es decir, los corruptos de siempre, en el poder, lo cual resta
credibilidad y confianza a la administración que todavía no empieza.
La respuesta
de López Obrador ha sido la misma: Los corruptos, los que quieren que siga la
corrupción, son los que no quieren que perdone a los corruptos. ¡Vaya tamaño de
presidente electo!
Lo que
México quiere, es justicia, no perdón. Son más los que piden justicia que los
que votaron por la cancelación del aeropuerto, en una consulta ilegal, amañada,
manipulada y arbitraria. Los treinta y tantos millones que votaron por AMLO, no
cambiarán su postura: exigen justicia. Un solo hombre —ni aun con el peso
institucional de la presidencia—, no tiene facultades para apagar el justo
grito del hartazgo y tampoco tiene poderes infinitos para perdonar a quienes
tienen al país en ruinas.
Se equivoca
el presidente electo. Se equivoca…