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Angel Mario
Ksheratto
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Ruperto, no necesita presentación. |
He escuchado
decir, infinidad de veces, a mucha gente que dice tener “un libro de cabecera”;
suelen nombrar al “Quijote de la Mancha”, del inmortal Cervantes de Saavedra;
otros recurren a alguna obra de Gabriel García Márquez, Hermann Hesse, Sor
Juana Inés de la Cruz, Gabriela Mistral, Vargas Llosa, Isabel Allende, Octavio
Paz, Emily Bronté, Storni, Matute, Asturias, Neruda y cualquier otro autor
famoso, o de moda.
Incluso, hay
quienes aseguran que su libro de cabecera, ¡es La Biblia!
Personalmente
creo que el que tiene un libro “de cabecera”, nunca lo ha leído. ¡¿Para qué
querés un libro “de cabecera”, si existen las almohadas, chingao’?! Menos creo que
hayan hojeado otros libros, por lo menos, de cultura general. ¡No podés tener
un libro de cabecera toda tu triste vida!
Tenerlos “de
cabecera”, es como tener una extensión de la miseria intelectual bajo la cama.
Significa que ese libro, nunca te ha interesado. Y por tanto, jamás te interesará
la lectura. Los libros, para ser leídos, deben tenerse en las manos, frente a
los ojos y a la altura del cerebro. Sirve para entenderlos.
Así he tenido
la tarde y noche del viernes pasado, un libro, un extraordinario y extenso
texto, que nos ayudará a comprender uno de los oficios —ahora con el
impertérrito sintagma del profesionalismo— que en lejanos días, dieron gloria
al periodismo (empírico) chiapaneco.
Sí,
“Radiografía del periodismo chiapaneco”, es quizá, la más extensa recopilación
—por su profundo valor y contenido histórico-anecdótico— del quehacer
informativo doméstico, aunque para algunos, sea solo la síntesis complaciente
de un trabajo, que no ha dejado de ser centro de críticas y reclamos, principalmente,
en los tiempos nuevos, en que el mercenarismo, la improvisación y el
desconocimiento de la deontología periodística, han sustituido la ética y la
moral, por el negocio medianamente remunerado.
(Por no
llamarle “limosna”.)
Ruperto
Portela Alvarado, no necesita presentación alguna. Es quien es. Alvaradeño
implacable, chiapaneco indomable. (No estoy cierto si Atlizintla, le vio nacer,
o él, con su florido lenguaje, parió la mala fama del municipio veracruzano que
lleva su apellido, como nombre de pila.)
De ahí la
extrañeza que en “Radiografía del periodismo chiapaneco”, se haya constreñido,
de tal forma que nos obliga a reconocer al Portela ensimismado en los filos del
Cañón del Sumidero, su otra pasión.
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Portela, recibiendo el Premio México, de periodismo. |
No deja de
ser irreverente; sarcástico e imprudente —cuando no, impertinente—, a la hora
de citar a grandes hombres y mujeres del periodismo local. Imposible atraer a
cada uno de ellos y ellas en éste arbitrario espacio; dejemos que sea él,
Portela, el que los despliegue en su memoria y nos cuente —como debe y sabe—,
la historia de un trabajo que quizá, muchos no valoren hoy, a consecuencia del
fango, la inmundicia, la podredumbre, la mierda en que se debate una tarea que
antes, movió y conmovió a la sociedad chiapaneca, cuyos nietos, bisnietos y
tataranietos, creen que el lenguaje, es cosa de tendencias superficiales y no
de tradiciones orales, ricas en sabiduría y respeto al cada cual.
En su libro,
Ruperto Portela Alvarado, presume hacer una recopilación íntegra del periodismo
chiapaneco. No lo es. Es mucho más que un conjunto de historias comunes, Es,
sin caer en alabanzas torpes, un compendio que, por lo menos, convoca a la
nostalgia de una labor que resalta y extraña, el romanticismo literario de una
ciudad que con su crecimiento, trajo como maledicencia, una modernidad mal
entendida, desbocada y desordenada.
Tuxtla
Gutiérrez —el asiento definitivo de Portela—, fue por muchos años, la “capital
de los periódicos”, a nivel mundial. Fue la única ciudad en el mundo que llegó
a tener 27 periódicos diarios; una ciudad que apenas rebasaba los 160 mil
habitantes, contando a los que vivían en Terán, Bienestar Social, Chapultepec y
otras colonias, cuasi ciudades-estado. Que rodeaban a Tuxtla.
Y no fue
como ahora —que surgen “medios” hasta por debajo de las nalgas del diablo,
aunque sus propietarios, sean unos excelentísimos analfabetas y mercenarios
corruptos—, sino porque cada uno que escribía, hacía de la nota roja, ¡un
poema!
Había que
leer a Gervasio Grajales; a Pancho Núñez, a Cheluís Cancino, al señor Trinidad,
a Chava Ruiz Zambrano, a Juan de Dios Domínguez, Romeo Ortega López, Chucho
López, Fernando Alegría, Gerardo Pensamiento, Roberto Coello Trejo, Enrique
Toledo, Abenamar Moreno Santiago, Adolfo Zamora, Fernando H. Arévalo, Tito
González, Roberto Mancilla, Pepe Figueroa, Maturana, Ciro, Revueltas, Luzán…
Había que escuchar a Chilo Aguilar, Augusto Solórzano, Palacios, FAR… ¡Para qué
les cuento!
Una pléyade de grandes —¡grandísimos periodistas!—, que Ruperto, recrea
en su libro y que nos recuerda que Chiapas, no se muere por falta de
periodistas.
Es mucho más probable que muera de indigestión por exceso de talento
periodístico y grandes escritores, poetas, novelistas, cuentistas. Ahí están
Rosario Castellanos, Jaime Sabines, Enoch Cancino Casahonda, Hernán Becerra
Pino, Rodulfo Figueroa, Oscar Wong, Eraclio Zepeda y tantísimos otros, que
surgieron del periodismo, y que han dado gloria a Chiapas.
Sería estúpido
negar que hoy, hay grandes revelaciones del periodismo contemporáneo; talentos
juveniles que sin duda, serán parte de esa historia de grandeza del Chiapas que
queremos y que esperemos, Ruperto incluya en su radiografía, en una o más
reediciones de su obra.
¡Enhorabuena,
Portela!
Gracias por
retrotraernos al asiento inicial.