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Angel Mario
Ksheratto
Brutal, llamar al magnicidio, como a fusliar opositores. |
Llamar
subrepticiamente a cometer un delito grave, es una acción indefendible. Nadie
en sus cinco sentidos, debería recurrir a las nutridas redes sociales para
acometer contra un personaje, quien quiera que sea y propague las ideas que más
le convengan. Cierto es que Ricardo Alemán, reconocido por su férrea defensa
del anquilosado régimen priísta, cometió una estupidez bajo el amparo de la
libertad de expresión.
Su apología
del delito, derivada de un tuit que
no generó él según ha dicho en su defensa, levantó una verdadera tormenta en
contra suya, al grado que fue despedido de las dos televisoras para las que
trabajaba (Televisa y Canal 11) y está en ciernes, su colaboración para el
periódico Milenio, que hasta éste lunes, no había fijado una postura al
respecto.
¿Incurrió
Alemán en delito alguno? Sí, por supuesto que sí. ¿Merecía la avalancha de
críticas, reclamos, condenas y demás maledicencias que se le fueron encima? Sí,
claro que sí. ¿Qué lo corrieran? También.
Pero,
¿vivimos en un país de libertades? La respuesta puede ser muy ambigua. Porque
lo que para algunos es libertad, para otros es libertinaje. En ese contexto,
las posturas y los dichos de unos y otros, solamente se constriñen al interés
de unos cuantos y no, al de toda la sociedad. Es, desde otra perspectiva, el
clásico: «Si escribes
bien de mí, eres una persona buena, noble, democrática; si escribes la menor
crítica en mi contra, eres ruin, mal ciudadano, vendido, mercenario…».
Recientemente,
uno de los principales asesores y encargado de hacer las propuestas para el
plan de trabajo cultural en el caso que Andrés Manuel López Obrador ganare las
elecciones, hizo dos propuestas preocupantes: expropiar a los empresarios que
no apoyen la candidatura del líder de MORENA y fusilar a los legisladores que
aprobaron las polémicas reformas impulsadas por el presidente Enrique Peña
Nieto.
Tan grave,
preocupante y estúpida la apología del delito de Ricardo Alemán, como la
propuesta de Ignacio Taibo II. En un país libre, democrático, plural y
progresista, no se puede condenar a muerte —o a la miseria— a quienes piensan
distinto. Sobre la violenta proposición de exterminar a los adversarios de
López Obrador, ni los más radicales opositores a éste, dijeron algo que no haya
sido, un reclamo frío y complaciente.
Todo lo
anterior, por supuesto que preocupa; en primer lugar, porque el signo de la
violencia, está latente en las dos principales fuerzas políticas, aunque los
verdaderos beneficiarios de esto, intenten ocultarlo, minimizarlo o negarlo. En
segundo, porque tras la majadería de Ricardo Alemán, se dejaron ver fantasmas
de intolerancia reveladores, que auguran un futuro muy próximo, lleno de
zozobra e incertidumbre, en cuanto a libertades civiles y derechos humanos se
refiere.
El escenario
de violencia, insultos y amenazas entre los candidatos presidenciales,
lamentablemente, se ha trasladado al terreno periodístico. A raíz de la
brutalidad de Alemán, se ha desatado una guerra de acusaciones entre éste y el
columnista de La Jornada, Julio Hernández. Y empieza a alcanzar a otros
comunicadores.
Grave para
una prensa bajo el escrutinio social, profundamente cuestionada por sus
notorios sesgos, sometida a ciertos caprichos y con un muy bajo puntaje en
materia de credibilidad y confianza. Con ello se demuestra que el periodismo —más
bien, algunos periodistas—, al haber tomado partido, dejan botados los principios
de imparcialidad, equidad, objetividad, verdad, independencia, responsabilidad,
veracidad, humanitarismo, solidaridad…
Por otro
lado, hay que aprender la lección; hay una mezcla de extrema sensibilidad y
creciente intolerancia, que ponen en riesgo el oficio periodístico y frente a
ello, debemos ser sumamente cuidadosos. No recurrir a la autocensura, porque con
ello, se estaría dando oportunidad a los intolerantes, para someter por
completo a la prensa. Y es que éstos, están por todos lados.
La otra
lección que debe quedarnos clara es que para los grandes medios, los
periodistas solo son instrumentos desechables. No hay que perder de vista que,
aunque Ricardo Alemán cometió la más grande estupidez de su vida, los medios
para los que trabajaba, mostraron inmediata sumisión a quién les pidió una
reacción ejemplar.
¿Habremos
perdido, para el próximo sexenio, el derecho a disentir? ¿Estarán los
periodistas a merced de tratos extraprofesionales con quien detente el poder?
¿Está garantizada la libertad de expresión? Esta última pregunta, en el
entendido que el legionario del sistema bajo fuego, no ejerció el derecho para
expresarse con libertad, sino recurrió al libertinaje para causar terror. Por
lo pronto, hay que estar atentos, ver cómo se desarrollan los hechos y tomar
las medidas pertinentes, para salvaguardar la libertad de los mexicanos.