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Angel Mario
Ksheratto
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¿Lograron los del Verde traer un "cambio"? Los discursos de precampaña, dicen que no. |
Político que
no oferta el cambio, no es político… Pero tampoco es confiable. Se ha recurrido
tanto al concepto, que la improbabilidad de lograr una sociedad desarrollada y
progresista a partir de la forma de gobierno, es la única certeza que se desprende
de los políticos que, si se presentan un millón de veces a un cargo de elección
popular, un millón de veces ofrecen cambiar el estado las cosas, sin que ello
suceda.
Desde el
principio del fin de las dictaduras militares en América Latina, los políticos
sobrevivientes a éstas, empezaron a hablar seriamente de cambios radicales en
la forma de gobierno. La idea de un cambio para, por ejemplo, sacar a los
pueblos de la pobreza, sedujo a millones de latinoamericanos que ansiaban una
verdadera transición que obligase a los gobernantes a rendir cuentas claras y a
ejercer el poder bajo criterios vinculados a la democracia, la pluralidad y el
respeto pleno a todos los derechos humanos.
El “cambio”
resultó ser el más grande fracaso; si bien el militarismo se debilitó en la
mayoría de países, la corrupción que dejaron como herencia a las nuevas
generaciones de políticos, se enraizó de tal manera que grandes iconos de la
lucha contra la opresión y a favor de las libertades, son hoy acusados de
corrupción. Ignacio Lula da Silva, el proclamado guía moral de las izquierdas redentoras
del continente, es quizá, el paradigma más patético del fallido cambio.
Por ahí han
pasado Alberto Fujimori, Fernando Collor de Mello, Otto Pérez Molina, Ollanta
Humala, Ricardo Martinelli, Francisco Flores, Antonio Saca, Rafael Callejas,
Dilma Rouseff, Alejandro Toledo, Alfonso Portillo, Mauricio Funes y una larga
lista de funcionarios de primer nivel, entre los expresidentes de América
Latina que han sido encarcelados o están pendientes de captura bajo cargos de
corrupción.
El fenómeno
no ha exceptuado a México. Por el contrario, lo ha llevado a niveles
insospechados, al grado que hoy, ocho exgobernadores han sido formalmente
acusados de cometer actos al margen de la ley, principalmente en el tema de
fraude, desvío de recursos, asociación delictuosa en su modalidad de ligas con
el narcotráfico. Algunos han sido detenidos, otros siguen prófugos. Diez y seis
gobernantes en funciones, están siendo investigados y de por lo menos cuatro
más, se tienen sospechas de estar desviando recursos federales, lo que ha
llevado a sus estados a la bancarrota absoluta.
Ha sido
claro que los procesos judiciales contra mandatarios y exmandatarios, no es
producto del “cambio”, como han tratado de sugerir algunos defensores del malogrado
sistema de gobierno actual y la fracasada “alternancia” que mantuvo a dos
presidentes de la ultraderecha en Los Pinos (Fox y Calderón), que tampoco
salieron con las manos limpias.
Presiones
sociales y necesidad de votos, han sido factores determinantes para que en
México, se proceda contra los corruptos… Por lo menos, contra los más notorios.
No ha sido, ni es ni será, provecho de ningún cambio. Si existiere ese “cambio”,
no estaríamos ante el circo mediático que se ha montado alrededor de Los Duarte,
Padrés, Moreira, Borge, Herrera, Torre, Medina, Yarrington. A esa generación de
gobernadores, se le consideraba “la generación del cambio”.
Llama la
atención que a un año de las elecciones del 2018, muchos aspirantes a un cargo
de elección popular, recurran al viejo, roído y chocante estribillo: “vamos por
el cambio”. Desde finales de los 80’s y principios de los 90’s, esa ha sido la
canción, el cuento de nunca acabar. “Cambio”. “Cambio”. “Cambio”. Un cambio que
nunca llega, pero que la sola utilización del concepto, refleja la realidad de
la casta política en el país, pero principalmente, en Chiapas.
La
recurrencia a la promesa de un “cambio”, es la negación explícita y absoluta
del régimen actual y lo peor: del político en sí mismo. Debemos recordar que una
de las promesas de campaña del 2012 fue cambiar la situación prevaleciente en
Chiapas. La misma promesa se hizo en las elecciones intermedias. ¿Significa que
para los que reciclan ese concepto, no ven cambios en el gobierno de MVC?
¿O es que
cada vez deben quedarnos menos dudas sobre el cinismo de nuestros políticos? No
parece una ocurrencia de temporada volver al pasado retórico para recalcar que
el cambio, ha sido la utopía de Chiapas, por lo menos en los últimos tres
sexenios. No lo digo yo, sino los mismos que desde hace 18, 15, 12, nueve, seis
y tres años, han prometido el cambio y, según ellos mismos, no lo han logrado.
Prometer, de
nuevo, el “cambio”, es negar que, por lo menos en éste sexenio, se ha logrado
algo al respecto. Y eso que son amigos…