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Angel Mario
Ksheratto
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Ante la autoridad blandengue, la sociedad bronca. |
El ucraniano
—cuyo nombre no tiene la menor relevancia— vapuleado por una turba de muchachos
que lo condujeron hasta el umbral de la muerte, nos recordó al México bronco o
más bien, al mexicano presto al grito de guerra. Ése europeo, ciertamente, no
tiene ninguna defensa, como no la tuvo durante el martirio que le hicieron
pasar; era abusivo, prepotente, bravucón, discriminador, grosero. Se merecía la
tunda.
En los
videos que se hicieron profusos una vez que trascendió la paliza que recibió,
el tipo es detestable: agrede verbalmente a niños, ancianos y mujeres. Amenaza
con decapitarlos e incluso, presume haber violado a una mujer, de la que se
burla abiertamente. En otra grabación, sin motivo aparente insulta y reta a sus
vecinos. No merecía una, sino mil palizas…
Desde el
suceso en cuestión, no he leído una sola frase a favor del sujeto ése. La
repulsa hacia sus actos, es abrumadora, aplastante. Puede decirse que el
ucraniano, escribió su propia tragedia, una que talvez no le sirva de gran
lección, dado el extremo fanatismo que profesa por el anquilosado nazismo y
porque es muy probable que sufra algún trastorno mental.
El
linchamiento del que fue objeto, tiene todos los elementos que le dan el tinte
de “justificado”. “Merecido”. “Ganado”.
¿Hizo bien
una parte de la sociedad de Cancún al tomar la justicia en sus manos? Desde la
perspectiva que se le quiera ver, notaremos que tuvo sus razones de peso para
actuar como lo hizo. Una autoridad incompetente, procuradores de justicia
ineptos, policías incapaces y corruptas e instituciones inmorales y
blandengues, se han constituido en factores para que los ciudadanos, tomen
emprendimiento de métodos populares para encontrar destellos de justicia.
Y no se
trata solo de Cancún, el centro turístico más famoso del mundo; sucede a diario
en todo el país. No es que espanten y escandalicen los linchamientos, puesto
que se han vuelto práctica cotidiana en Baja California como en Jalisco; en
Guerrero como en Tamaulipas; en Quintana Roo, como en Nuevo León… ¡En todo
México!
Hemos caído
en un estado de paranoia colectiva permanente, que cualquier sujeto sospechoso
o desconocido en una colonia, un barrio, una comunidad, corre el riesgo de ser
linchado. Ya ha ocurrido en varias partes y diversas ocasiones. Se ha asesinado
a inocentes, bajo el pretexto de parecer sospechoso o por llevar un carro “parecido”
al de tales o cuales delincuentes.
Ese estado
emocional de la sociedad, ha sido provocado por la falta de competencia de las
autoridades para resolver el gravísimo problema de inseguridad y, desde luego, la
obligación de combatir la impunidad. No vayamos lejos: en la ciudad de Tuxtla
Gutiérrez, se ha vuelto común ver avisos en los que se advierte a los
delincuentes que, de ser sorprendidos por los habitantes de ésta o aquella
colonia, serán linchados.
Es a todas
luces indebido, pero necesario ante la ineficacia de los encargados de
garantizar la seguridad ciudadana. La paliza contra el ucraniano abusivo,
hubiese sido evitada, si las autoridades hubieran hecho caso a las quejas de
los habitantes de Cancún, que lo habían denunciado infinidad de veces. Se habría
evitado, si el INM, lo hubiese deportado desde que denunciaron su mal proceder.
Como ese,
cientos de linchamientos se habrían sorteado, de no ser porque la debilitada e
incompetente autoridad, simplemente, no hace nada. Ha privilegiado la
impunidad; ha dejado que los delincuentes se enseñoreen de un México cansado de
burlas, engaños y saqueos.
La peor
noticia es que esto va a seguir. No vemos por ninguna parte, resquicio alguno
que nos indique el fin de la moderna era del ojo por ojo y diente por diente.
Hagamos números y comparemos cifras, solo de Chiapas, para no enredarnos:
feminicidios, dos o tres sentencias. El resto, los asesinos están libres por
fallas técnicas en los expedientes.
Asaltos,
cuando mucho, 10 sentencias. Violaciones de mujeres, escasísimas sentencias.
Crímenes contra periodistas, ni siquiera se han armado los expedientes
respectivos. Denuncias contra la corrupción, no ha procedido ni una sola. Eso
leyó: ni una sola.
Bajo ese
esquema, volvámonos inmunes a las consecuencias de los linchamientos. Resolvamos
a golpe de garrote el tema de la inseguridad y dejemos que la autoridad relama
sus purulencias a fuerza de discursos complacientes. Y que no digan que es apología
del delito o incitación al odio y la violencia; es el único recurso, la única
alternativa de un México secuestrado por la delincuencia y los malos
funcionarios.