La unidad nacional no se forma como se haría con un patacho de mulas; esa es la parte de su propio discurso que no entiende el señor Enrique Peña Nieto. En los últimos días no ha perdido momento para repetir el mismo llamado. Uno que en las condiciones del país, no cala, no convence ni convoca, sino a la rabia colectiva que contraría a la distorsionada retórica presidencial y tornase cada vez más virulenta.
Ayer, rodeado de militares —algunos de ellos con evidentes signos de hartazgo por la utilización de las fuerzas armadas para tareas inapropiadas— insistió e incluso, recurrió a frases trilladas y términos desgastados que reflejan la total ausencia de ideas para terminar el sexenio, sino con medianía, por lo menos, con los menores males posibles, aunque a éstas alturas, ya nada nos asusta.
Conforme pasan los días, Peña Nieto muestra más la
flaqueza de su administración. Aun cuando tuviere algún acierto o que lograre estructurar un discurso coherente —aunque demagogo—, cada dicho, cada peroración, no pasa de ser precisamente lo último: monserga inútil y fácilmente rebatible por la debilidad de sus argumentos y porque, por el tono utilizado, deja la impresión que ha dejado de gobernar al país.
Llamar a la sociedad “para hacer equipo”, es un despropósito; una falta de respeto a sí mismo y un insulto a la superior inteligencia de los mexicanos. ¿Habrá uno, tan solo uno, que, en su sano juicio, disponga energías, tiempo y todos los recursos a su alcance para “hacer equipo” con quien necia y torpemente ha socavado las finanzas del país y ha atentado contra la economía de los más pobres?
¿Uno que “haga equipo” con el presidente que hundió a su propia administración en la corrupción y la impunidad? ¿Habrá un mexicano sensato que olvide los crímenes de éste gobierno y “haga equipo” con quien los cometió y aún protege a otros que hicieron lo mismo? ¿Existirá uno solo de entre los ciudadanos honrados que “haga equipo” con el que protege a gobernadores corruptos?
Al presidente no le faltaron recursos soflameros para pedir que los mexicanos asuman “los desafíos como una misión colectiva”, expresión de la que él mismo está más cerca que nunca. Pero no para su propio beneficio, sino para el deterioro de sus pretensiones de rescatar su nula credibilidad. Cierto es que hay una misión colectiva, pero no para enfrentar las consecuencias de los yerros presidenciales, sino para exigir que el responsable, pague por ello.
Esa colectividad que poco a poco va despertando y que, para fortuna del país, tiene ideas más allá del griterío y la cortedad de visión de quienes siguen creyendo que México va a salir de la crisis mediante el fatal caudillismo mesiánico, ése que representan los enemigos sistemáticos de las libertades y la democracia. Me refiero, claro está, a los que con sombrerazos y mentadas de madre, creen que el país va a solucionar sus problemas. A los que lo único que aportan es odio y mezquindad.
La parte del México profundo, la sociedad trabajadora y pensante que históricamente ha guardado silencio, es la que hoy vemos concomitante, contestataria y exigente. De tal forma que el llamado de Peña Nieto llega tarde, porque la colectividad ha tomado su propia misión y no es la de respaldar a un hombre insensible e insensato que su burló de todos los mexicanos, sino la de rescatar al país de las garras de los corruptos.
“Trabajemos juntos”, insistió el presidente; tardío llamado. Tardía reacción a la respuesta ciudadana por las medidas absurdas y abusivas que tomó en detrimento de la paz y la armonía social. Desde su primer año de gobierno, cuando no se veía nada nuevo ni importante en su gobierno, muchos le llamaron a dar un giro. Desoyó al pueblo y hoy, es tarde para pedir trabajo conjunto.
El mandatario llegó sin ideas al gobierno; se le acabaron los argumentos y se quedó solo. Sin salida y sin formas confiables para terminar su sexenio. Lo sensato sería que solicite licencia ante el Congreso de la Unión y deje que otro con un poquito más de cerebro, termine la pesadilla, porque arreglar el problema en que tiene al país, va a llevar muchos años. Sexenios, quizá.
Peña Nieto no tiene alternativa. Por el bien del país, por el bien del futuro de los mexicanos e incluso, por bien suyo, está obligado a solicitar licencia; su permanencia en la Presidencia de la República es un riesgo. Serio y grave riesgo para la estabilidad social de México. Tristemente, es una verdad que el presidente se niega a ver.