Peña Nieto no para de equivocarse. |
Hay respuestas lapidarias: porque los que le eligieron, son más tontos que él. Quienes sostienen esa teoría, se refieren claramente al electorado. Pero, ¿realmente lo eligieron los mexicanos? La primera elección viene de las cúpulas de poder económico y político del país. Incluso, las religiosas y militares. Ahí entra la lógica política. Los titiriteros prefieren a un hombre de la estatura de Peña Nieto para seguir usufructuando la riqueza de México a su antojo, sin tener que dar cuentas de nada a nadie. Entre más tonto, mejor.
Desde esa perspectiva y para los efectos que los emporios de poder persiguen, Peña Nieto es
el mejor presidente que México haya tenido jamás. Su lealtad y fortaleza para soportar los embates de toda la nación ante sus medidas económicas, energéticas y sociales, es envidiable. Ello explica la postura de algunos personajes de la política nacional que alaban, por ejemplo, el aumento al precio de la gasolina. “Son medidas valientes”, dijo el líder del PRI, partido al que pertenece el mandatario.
Los acérrimos enemigos del presidente, han callado; algunos se lo han recriminado desde las Cámaras Legislativas, como si nadie supiese que la propuesta pasó por ahí y fue aprobada casi por unanimidad. Los que se opusieron, lo hicieron para completar el circo, no por convicción. Eso, sin excepciones.
El alza del precio de los hidrocarburos, desató una ola de protestas en todo el país; en algunos estados más que en otros. En algunos con acciones al margen del propósito central que es el de hacer retroceder al presidente. La paranoia y la psicosis, como nube de exterminio, se extiende sobre todo el territorio nacional desde las primeras horas del año. Con todo y eso, Peña Nieto, salió a defender su ignominiosa imposición.
En un discurso reiterativo y nada bien estructurado, contradijo al secretario de Hacienda, José Antonio Meade, quien días antes había ponderado la liberación de precios “para estabilizar” la economía del país y adelantó que serán los dueños de expendios de gasolina, quienes creen sus propios precios, de acuerdo a la oferta y la demanda. Peña en cambio, dejó entrever que su gobierno pondrá las reglas del juego y vigilará que “no se cometan abusos”. El primer abuso es el excesivo aumento.
Pese a las protestas que conforme pasan las horas se incrementan, no propuso alternativa alguna; ni siquiera para desviar la atención o por lo menos, para tranquilizar a la sociedad. Se presentó ante los medios de comunicación y un reducido grupo de aplaudidores profesionales, para anunciar el regreso de Luis Videgaray Caso, recientemente destituido de la Secretaría de Hacienda, como el nuevo Canciller de México.
Lo de Videgaray, se veía venir; de hecho, nunca se fue del gabinete. Y lo echaron, tras el escándalo de la llegada de Donald Trump a México. Desde entonces, las finanzas del país entraron a una tómbola imparable, cuyo efecto se recrudeció con el triunfo del republicano. ¿Podrá Luis Videgaray amainar el irracional odio de Trump contra los mexicanos? ¿Cuál será el costo de un posible apaciguamiento de la bestia que corroe el fuero interno del presidente electo de Estados Unidos?
No ha sido, ni por asomo, una decisión inteligente, lo que reconfirma la falta de capacidad del presidente para afrontar crisis de esa envergadura. Con Videgaray al frente de Relaciones Exteriores, México va a ceder ante cualquier exigencia de la nueva administración norteamericana. Las imposiciones desde el capitolio serán específicamente para dañar a los mexicanos, objeto de todos los odios de quien gobernará a ese país a partir del 20 de enero. Claro, con la anuencia de los titiriteros locales.
En ese contexto y sin ser pesimista, no esperemos que Enrique Peña Nieto muestre intenciones de gobernar en beneficio de los mexicanos y tampoco esperemos que recule con el asunto del alza en el precio de los energéticos. No tiene la intención ni la capacidad para reparar los hoyancos del barco que terminará por hundirse en un fango de violencia, anarquía y caos social y político. Desgraciadamente, es la única vía a la vista.