A Peña Nieto, nadie le cree. |
Esa cosa que presentó el presidente a modo de acto circense y que en sí fue el aplausómetro mediático para auto-reconfortarse, no nos dice nada; no ayuda en nada. Porque ha sido como siempre: anunciar acciones generalizadas, pero no dicen cómo lo harán, que efectos positivos reales tendrán ni cuándo empezaremos a ver resultados. A más, el discurso presidencial fue totalmente apático, sin espíritu ni conciencia, pero sí, con un pernicioso trasfondo que nos indica que todo se ha tratado de una mentira más.
Lo que haya sido que firmaron, supónese que es para “fortalecer la economía”; no escuchamos que esa fortaleza se dirija a aumentar el salario mínimo y bajar los precios en la canasta básica. Tampoco escuchamos que
por lo menos, los precios en el transporte público, se mantengan.
En éste último rubro, anunciaron “la modernización” de las unidades colectivas. Por experiencia sabemos que los aumentos en el pasaje, se basan en “modernizaciones”. Le cuelgan un muñequito nuevo a las unidades y esa “modernización”, justifica aumentos en el pasaje.
El secretario de Hacienda ponderó aspectos técnicos que de resultar ciertos, beneficiarían solo a las grandes empresas, a los grandes consorcios; pero no al trabajador, que seguiría recibiendo el mismo paupérrimo salario. Se dijo que ampliarán la apertura al flujo de capitales, pero esos capitales, lo sabemos bien, provienen del exterior y así como vienen, se los llevan los inversionistas. Nada para el mexicano del día a día. Nada concreto y real para el pequeño inversor doméstico.
Tenemos qué insistir en el hecho que si sube el precio de la gasolina, el resto de insumos, también sube. Porque sin gasolina, nadie transporta sus productos, nadie sale de su casa a adquirirlos; nadie consume y nadie produce.
Hubo por cierto, entre el caudal de buenas intenciones presidenciales, la promesa de cambiar el uso de la gasolina en el transporte público, por gas. ¡Por favor! El gas también está caro y fue de los hidrocarburos que recién subió y seguirá subiendo, de acuerdo a las expectativas del precio internacional. ¿Dónde está, entonces, la solución?
Durante el acto en el que lucieron los discursos floridos y demagógicos de siempre, hubo más caras largas que rostros de esperanza. Fue como si les hubiesen obligado a asistir, o como si tenían la certeza que ningún beneficio se tendría de tal pacto. Creo que ese fue el mensaje más claro que proyectaron los asistentes, compuestos por la clase patronal y representantes sumisos de los sindicatos.
Afuera, la indignación crecía. Y seguirá creciendo. Porque al final, nada de lo que se anunció se cree. Son propuestas viables, pero incumplibles. Si quisiésemos sacar un análisis de éstas, no tendríamos elementos, puesto que ellos —el presidente, su gabinete y los sectores firmantes—, no presentaron argumentos. Ni siquiera argucias. Fue un acto más, como los de siempre: bofo, insípido, insolvente, infundado, frío, desangelado…
En ese contexto podemos asegurar que no hay salida alguna a la crisis que vive el país. No hay tampoco, un liderazgo presidencial en quien confiar. A quien seguir, a quien ver. El presidente Peña Nieto, ha tenido amplias capacidades para dilapidar los recursos públicos, para promover, proteger y practicar la corrupción, pero no ha sido eficiente para conducir al país. Da la impresión que su único objetivo es descarrilar a las instituciones y hundir a México.
Su afamado pacto, es un fracaso más; una forma de distraer la atención y de ganar tiempo para evitar acciones más contundentes de la sociedad; actos que le obliguen a tomar decisiones en torno a su persona y familia. Quien crea que ese pacto soluciona de tajo la crisis, está equivocado. Quienes lo han respaldado, han cometido un grave error. Puede que estemos a tiempo de revertir tales acciones y obligar a Peña Nieto a dar marcha atrás en medidas perjudiciales y claramente atentatorias al derecho superior de todos los mexicanos: vivir con decoro y dignidad.