¡Tanta pobreza espiritual!
¡Tanta podredumbre moral!
Negro, el panorama que tenemos enfrente. |
De la debacle de los pueblos latinoamericanos, nadie se salva: gobernantes y gobernados; líderes religiosos y feligreses. Incluso quienes no profesan credo alguno ni comulgan con ninguna ideología, son (¡somos!) parte del fracaso de la sociedad.
Esa sociedad que hoy tiene los
ojos puestos en la celebración de los 15 años de una perfecta desconocida, que se despedaza por el resultado de un partido de fútbol o que ve con beneplácito los desvergonzados saludos de fin de año de políticos y gobernantes cínicos. La misma que practica distintas religiones, pero ha dejado en el desván del olvido las tradiciones, ritos y costumbres navideñas, por ejemplo.
Los creyentes en las teorías de conspiraciones, atribuyen la podredumbre moral de nuestros países, a muy elaborados planes distractores para ocultar yerros y abusos gubernamentales; los menos intuitivos consideran que la naquez nos ha rebasado de tal manera que cualquier evento de poca monta, nos arrastra al fango de la ridiculez extrema.
Todo, sin embargo, tiene y no, sentido.
Somos producto de nuestro distanciamiento con nosotros mismos. Hemos perdido la capacidad de evaluar y valorar nuestro entorno. El que a todos atraiga y preocupe el show mediático e improvisado en que se convirtió la fiesta privada de una desprevenida señorita, es síntoma de la indigencia intelectual en que estamos.
Es muestra inmejorable de la pérdida absoluta de valores y principios, ausencia que los políticos aprovechan para saquear la riqueza de los pueblos. Sucesos masivos que surgen de la casualidad, son aprovechados por los gobernantes para mantener su ritmo de robo y saciar su hambre de dinero y poder. Solo cuando éstos pierden el cuidado y sus excesos son notorios, gritamos, pataleamos… Nos arman un concierto, una explosión pirotécnica, un escándalo político o lo que se les ocurra, y nos volvemos a olvidar. Amnistiamos a los corruptos.
A la flaqueza moral del pueblo que se deja llevar por discursos populistas o demagógicos, le sobreviene la pobreza espiritual. Por lo menos en México, el arraigo del catolicismo es famoso. Solamente famoso, porque en la práctica, Dios ha quedado fuera de millones de hogares. Ejemplo: las “tradicionales posadas”, se han convertido en bacanales desmedidos; se ha vuelto una rareza, ver en una “posada” a un Niño Dios.
Personalmente, no creo en ese tipo de representaciones de Dios, su hijo, la madre de éste y el padrastro de Jesús, llamado José. Respeto a quienes ven en ello, una fuente de fe. (Quizá deba decir “a quienes, antaño, veían en ello una fuente de fe y esperanza”.) Aquellas tradiciones se han perdido, no en el tiempo, sino en la conciencia social. Eran tradiciones bonitas, agradables; congregaban a las familias. Hoy, no.
Es cuando nos preguntamos: ¿Cómo queremos un país sin corrupción, sin políticos ladrones ni gobernantes mentirosos, si tales males empiezan en nuestra propia casa? ¿Cómo queremos políticos y gobernantes sin mácula si somos los primeros en enseñarle a nuestros hijos a mentir, mintiéndoles sobre la existencia de un tal Santa Claus o los tres reyes magos? ¿Cómo queremos una sociedad respetable y respetuosa como la de antes si hemos cambiado nuestra riqueza cultural por desperdicios de culturas que no son nuestras?
¿Cómo queremos un país, una sociedad de avanzada si nos distraemos en nimiedades, en ridiculeces? ¿Si no entendemos que un partido de fútbol es solamente deporte y no razón para el encono y el odio? ¿Cómo queremos ser un país culto si seguimos las tendencias bobas y bofas de las televisoras idiotizantes? ¿Hacia dónde vamos como sociedad? Una cosa es la modernidad, la globalización y otra, la pérdida de nuestra identidad, nuestros valores y principios.