De torturador a "proyector" de Peña Nieto. |
De entrada, los representantes mexicanos se fueron a las competiciones cargados de frustración e impotencia que les impuso la indiferencia de los directivos del deporte olímpico. Muchos, se fueron con gastos limitadísimos, al grado que, se hizo escándalo, el hecho que algunos de ellos tuvieron que dormir en banquetas al no pagar las autoridades deportivas, el costo de una habitación de hotel. Otros se vieron obligados a costear
su viaje y estancia en el país sede.
Mientras, Alfredo Castillo, titular de la Comisión Nacional del Deporte (CONADE), Carlos Padilla, presidente del Comité Olímpico Mexicano (COM) y los presidentes de las distintas disciplinas, gastaban a manos llenas los recursos públicos para tener una feliz y suntuosa estancia que incluyó el pago de acompañantes “especiales” que nada tienen que ver con el deporte, pero sí, con prestaciones de servicios non sanctos.
En ese contexto, deportistas y funcionarios, proyectaron la pobreza moral del gobierno y el bajo nivel de competencia que, sin pretender justificación alguna, pudo estar ésta vez, apegada a un mero acto de protesta por el mal trato que han recibido de directivos y autoridades, o quizá a intereses comerciales de las televisoras que ésta vez, les fue arrebatado el monopolio de la transmisión, para ponerlo en manos de otro monopolista: Carlos Slim, el predador de millones de mexicanos mediante sus empresas telefónicas.
Alfredo Castillo, director de la CONADE, saltó a la fama por los abusos y excesos que cometió como delegado plenipotenciario del gobierno federal en Michoacán; se le acusa de detenciones ilegales, ejecuciones extrajudiciales, secuestro y tortura. Su perfil es de un policía raso con suerte e influencia sobre el mismo presidente de la República. Se le acusa también de pretender manejar a la institución a su cargo, con mano de hierro y amenazas contra los atletas. Era de esperarse que los resultados en los Juegos Olímpicos, fueran desastrosos…
Si al presidente Peña Nieto le urgía proyectar la imagen de un país echado hacia delante, con una economía fuerte, seguro y en paz, debe declararse fracasado, pues lo proyectado en Brasil, corresponde a la realidad que el gobierno pretende esconder. Se ha proyectado el reflejo de la inmoralidad, la decadencia, el cinismo y la falta de honradez de las autoridades.
Un país cuya primera dama es el centro de escándalos de corrupción, donde el secretario de Hacienda adquiere propiedades inmobiliarias millonarias, donde el presidente comete ilícitos (y solo pide perdón), donde los gobernadores roban descaradamente, donde las instituciones solo sirven para cobijar ladrones, no puede reflejar, mediante el deporte, una imagen positiva.
Se pretende culpar a los atletas del fracaso. Tienen su dosis de culpa, nadie lo niega, pero la raíz del problema está en la insolvencia moral de quienes dirigen a un México secuestrado, lastimado, vilipendiado, asaltado, humillado. El humor de los mexicanos ha sido puntualmente proyectado en un escenario internacional. Hablo de “humor”, porque para el presidente Peña, las consecuencias de sus malas determinaciones, solo causan “mal humor” en la ciudadanía. Más que malas caras, hay indignación, molestia severa, encabronamiento imparable porque el país está a la deriva; a mitad del precipicio, deslizándose peligrosamente hacia una revuelta generalizada.
¿Qué explicaciones dará ahora la Presidencia de la República al respecto? ¿Qué la “proyección” de México al exterior fue magnificente? ¿Pedirá perdón Peña Nieto por haber nombrado a un policía como director del deporte nacional? ¿Nombrará a Castillo, ahora, encargado de la cultura del país? ¿Secretario de Relaciones Exteriores?
No se puede gobernar con discursos inciertos; tampoco con ocurrencias insólitas ni con reacciones pobres de moral. México está urgido de un gobierno responsable, respetuoso y confiable. Si el deporte es salud, tenemos que admitir que la salud del país, está deteriorada. Muy deteriorada.