Carmen Aristegui y Enrique Peña Nieto, en entrevista. |
Televisa, la todopoderosa empresa de televisión abierta, una vez caída en desuso por su pobre contenido, se vio obligada a “cambiar” de estrategias; pero no de propósitos. La plataforma con que desde éste lunes opera la televisora, solo cambia colores, logotipos, apariencias y otras minucias, pero los personajes que durante años han manipulado mediáticamente a los mexicanos, son los mismos, lo que adelanta
la sospecha que el discurso solo entretejerá ideas anquilosadas que mantengan a la gente embobada.
En el otro extremo está el periodismo militante, obsesivo; el domingo pasado, la afamada periodista Carmen Aristegui, anunció lo que presumía ser el tiro de gracia a un presidente de la República debilitado, incapaz y deshonesto. El “reportaje de investigación” anunciado, resultó un fiasco, una pifia que no agradó a nadie, en virtud de estar todos, a la espera del motivo superior para que el Estado mismo, resolviese la situación de Peña Nieto.
Lo de los recurrentes plagios del presidente (porque no solo fue su tesis, sino otros textos “suyos”) ha sido noticia desde que fue candidato al gobierno del Estado de México. Los modestos periodistas que publicaron la noticia, fueron incluso, más contundentes y severos que el “reportaje” presentado por la señora Aristegui.
Ambos extremos de la comunicación en el país, son igualmente dañinos para la sociedad; porque se quiera o no admitir, se cae en el engaño y la manipulación. En el maquillaje a la verdad. Ambas fuentes de información, perjudican por su inconsistencia, por su falta de seriedad y ausencia de compromiso con un México profundamente dividido y mal gobernado por una caterva de cínicos y bandidos que solo ven el bien propio y nunca, el de la nación.
Para nadie es secreto que Televisa, protege los intereses de la clase política gobernante, mientras que Aristegui, los de la izquierda fundamentalista, extremista, inculta y sedienta de poder. Las dos posturas, desde luego, no engrandecen al periodismo. Por el contrario, lo envilecen y ponen en vergüenza, puesto que los principios rectores de éste, son omitidos alevosamente, sin tomar en consideración el verdadero sentir de los mexicanos.
Lo que hay que reconocer de la pifia del domingo, es que la autora de ésta, logró demostrar la intolerancia de la administración de Peña Nieto: en muchos estados, las empresas prestadoras del servicio de televisión por cable, bloquearon la señal de la televisora que transmite el programa de Aristegui. Quien haya ordenado tal bloqueo, no le hizo ningún favor a Peña Nieto, porque terminó por exhibir el sectarismo y la nula capacidad de escuchar de éste.
¿Y los otros medios de comunicación masiva?, se preguntará usted. Lamentablemente, andan en lo mismo. Habrá una que otra excepción, sin duda, pero son pocas y a las cuales, no todos tienen acceso. La polaridad mediática, como vemos, no es sana; no beneficia sino a sus protagonistas en cuanto al llamado rating, pero en materia de credibilidad y honorabilidad, les perjudica más de lo que creen.
México requiere medios que hablen con la verdad, por muy dolorosa que sea; salvar pellejos con estridencias inusitadas o alabanzas exageradas, no es recomendable, puesto que se miente deliberadamente al pueblo.
Si bien a los gobernantes hay que exigirles pulcritud en su pasado e incluso su vida privada, hay que ser más exigentes en su actuar como funcionarios públicos, que es lo que fortalece principios como la transparencia y la honradez.
En síntesis, no nos sirve ninguno de los extremos; debe haber un punto medio, un equilibrio sano para entonces sí, presumir que se trabaja en favor de una sociedad debidamente informada. Lo demás, son solo eso: presunciones que solo fortalecen la polarización social, factor que no nos ayuda a construir un mejor país. Por el bien de México, exijamos cordura, seriedad, responsabilidad y compromiso a los medios de comunicación. Nos conviene a todos.