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Reza… Pero, ¡reza!


Ochoa Reza, impuesto. 
A Enrique Peña Nieto lo encumbraron a la presidencia de la República, dos cosas: su promesa de abaratar el costo de la energía eléctrica y los arrebatos caudillistas de Manuel Andrés López Obrador (MALO). A poco más o menos dos años de terminar su atropellada administración, Peña lanza sus promesas al despeñadero: anuncia, mediante su personal verdugo, alzas en la energía eléctrica. Y como para burlarse de todos los mexicanos, impone —vía ancestral “cargada”—, al encargado de castigar a la sociedad con tarifas energéticas impagables.
Enrique Ochoa Reza, tecnócrata desapercibido, sin más filiación política que la instancia de corrupción que mueve al equipo del señor presidente, de pronto salta al escenario como el priísta más convencido —mucho más allá de las convicciones de Fidel Velázquez, el eterno líder obrero de antaño—, muy a pesar que solo tiene seis años de haberse afiliado a esa cosa llamada “PRI”.
La lectura es clara: A Peña Nieto le vale un sorbete el partido bajo cuyas siglas alcanzó el poder. Deudas políticas lo orillan a preparar el camino de su propia sucesión. Felipe Calderón, panista de hueso colorado dejó la vía despejada para una especie de alternancia dual, PRI-PAN. “Te dejo
ganar, Enrique, pero deja ganar a Margarita…” ¿Quién sigue después de doña Marga en la presidencia de éste anonadado país? ¿Ángélica Rivera?
Es obvio que la imposición de Enrique Ochoa Reza, es un contrasentido político para que el anciano PRI, pierda cualquier elección venidera. Si algo afecta directamente al bolsillo del mexicano común, es el alza a las tarifas de la luz y otros servicios derivados de la energía…
Obviamente, de la canasta básica familiar, cuyo costo, es de los más altos en América Latina. Ochoa Reza, con mentiras calificadas, ha demostrado ser un funcionario útil, pero no un político inteligente o hábil y menos, un mexicano probo o por lo menos, un priísta convicto.
Es, por decir lo menos, la excreción de un sistema caduco, perverso, corrupto y animado a obtener poder, así sea de teta subrogada, para no perder el espacio de los potentados económicos del país, y no dejen éstos de inyectar recursos financieros para robustecer la corrupción, la vanidad y la impunidad. A Ochoa Reza, no lo conocen ni en su natal Michoacán, estado secuestrado por el crimen organizado. Se supo de él, cuando salió a anunciar que castigaría a los mexicanos con alzas en la luz eléctrica. ¿Quién agradecería tal carga económica? ¿Deben, los priístas asegurar el triunfo del 2018 con un “dirigente”, espurio, impuesto, torpe, títere de intereses que afectan a los mexicanos?
La impresión es que Peña Nieto, dejó de ser priísta. Es más neopanista que Diego Fernández de Ceballos, el mismo Vicente Fox o Felipe Calderón, cuya aspiración máxima es que su esposa, sea presidenta de México. Por ello impone a un verdugo. Para que su propio partido vaya a la bancarrota moral y política. Esto es como entregarle la Iglesia al diablo.
Enrique Ochoa Reza, incumple con las exigencias de los estatutos del PRI y, como es de suponer, desconoce totalmente, los principios básicos del partido al que su tocayo Quique Peña, envió a “dirigir”. Diga si no, cuando revise el estatuto que obliga a haber sido dirigente municipal, estatal, de barrio, diputado local, federal, senador, gobernador… La improvisación elimina ejes rectores como la inteligencia, la capacidad, el conocimiento, la libertad, la tolerancia, el entendimiento, el diálogo, el acercamiento.
Ochoa Reza, —a como van las imposiciones—, llega con las manos y pies atados; con los labios cocidos, la cabeza hueca y los testículos castrados. No tiene la menor alternativa.
Su improvisación explica la renuncia de Manlio Fabio Beltrones, quien a pesar de su pasado y mala fama, goza del reconocimiento de la militancia de ese partido, cuyo futuro, a partir de ésta semana, será incierto. Las decisiones del presidente van contra su partido y contra su propia administración. Las últimas encuestas lo ubican muy por debajo de la estimación de los mexicanos. Con la imposición en el PRI, debemos estar seguros que perderá todo su capital político, puesto que ya no solo sus adversarios le verán mal, sino sus correligionarios.
Peña Nieto, ve la tempestad y no se hinca; si ignora las condiciones de su propio partido, no nos imaginemos cuánto ignora a los mexicanos. Al priísta común y corriente le queda un único recurso ante una realidad lamentable: rezar…

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