Perdón e indulgencia, perdón, perdón... Foto: P. de la R. |
Algo parecido ha ocurrido en México con el tema de la corrupción, principalmente en el asunto de la “Casa Blanca”, el “error” presidencial hasta ahora reconocido y no por voluntad propia, sino por la grandísima presión social y el compromiso que conlleva la creación de un sistema nacional anticorrupción, cuyos resultados están lejos de verse.
La petición presidencial, a decir verdad, no provocó sorpresa, a pesar de
lo inusual; quizá porque la carga emocional que Enrique Peña Nieto puso a su discurso, no tenía la pizca de sinceridad necesaria para abatir la conciencia ciudadana, preñada de “mal humor social”. Huelga decir que el carnicero de la historia, no pagó el cerdo.
Peña Nieto, ciertamente pidió perdón, pero no ha devuelto la casa de los excesos, ni ha ordenado a los involucrados en el escándalo a someterse a las nuevas reglas que dan pie a un sistema anticorrupción, lo que de hecho, mata toda esperanza que en el país, los corruptos paguen por los abusos cometidos. Es, por decirlo de la forma acostumbrada, un sistema que nace muerto y que sin duda, será utilizado como refugio para quienes incurran en actos al margen de la ley.
Al pedir perdón, el señor presidente se clava él mismo el puñal; en primer lugar, porque junto con su esposa, siempre negó las irregularidades con que fue adquirida la mansión objeto de airadas críticas de sus adversarios, pero fundamentalmente, de la sociedad en general. Incluso presentaron supuestas pruebas de la legitimidad sobre esa propiedad.
Hoy, admite que cometió un error y consiente además que esa acción, generó efectos nocivos a su familia, lastimó la investidura presidencial y dañó la confianza de la sociedad en su gobierno. Omitió decir que la imposición de su cercanísimo amigo, Virgilio Andrade (desde ayer fuera de la SFP), terminó por destruir la credibilidad en las instituciones, puesto que el ahora exfuncionario tuvo como principal objetivo, limpiar toda evidencia en torno a la Casa Blanca.
Pedir perdón, lejos de constituirse en una acción de nobleza, es lo más cercano a una burla premeditada. Es decirle al vecino: “Sí, robé tu marrano, vendí sus partes, me comí el resto, estuvo sabroso, pero no te lo pago ni te lo repongo; te pido disculpas, pero no me arrepiento.” Eso lastima mucho más la figura presidencial. Pocos habrán sido los que creyeron en ese acto forzado de penitencia.
El día que los instrumentos que soportan al nuevo Sistema Nacional Anticorrupción se apliquen para someter al imperio de la ley a los actuales funcionarios y gobernadores que se siguen enriqueciendo con el erario público, quizá le creamos al señor Peña Nieto y quizá también, los mexicanos le otorguen el perdón.
Porque no por haber expresado ese deseo suyo, el perdón viene en automático. Debe cumplir con el recién creado estatuto y obligar a sus subalternos a que se sometan a éste. Lo demás, es un discurso hueco, sin sentido y sin la menor intención de lograr el cambio que el país exige en materia de combate a la corrupción. No es con discursos y leyes draconianas con que el mal se va a destruir.
Se logrará su erradicación actuando, metiendo a la cárcel a los corruptos; ahí están varios gobernadores bajo sospecha, algunos, y con pruebas irrefutables otros. Ahí están los exgobernadores a quienes se les ha probado el saqueo a las arcas y no han sido tocados. Cientos de alcaldes del país, a quienes se les ha comprobado raterías, son cobijados, incluso, por el mismo partido del presidente Peña Nieto.
Lamentablemente, la reincidencia y el cinismo, nos hacen creer que el SNA, solo será una ventana más para dar oxígeno a la impunidad. El presidente podrá pedir perdón de rodillas, pero hasta en tanto no haga efectiva la multicitada ley, nadie está obligado a creerle. Nadie.