Desde hoy, acusado por corrupción. |
El triunfo de esa sociedad, se debió a varios factores: espontaneidad, solidaridad, hartazgo, contundencia, persistencia, autoconfianza… Desde el primer día de protestas callejeras pacíficas, solo una cosa guiaba a los atribulados ciudadanos: el deseo profundo de un cambio a fondo. Era cosa imposible, si tomamos en cuenta que Guatemala, históricamente, ha sido de los países con gobernantes tozudos e intolerantes, acostumbrados al aplastamiento social con las fuerzas castrenses.
Desde ese día, los ciudadanos dejaron que su conciencia gobernase sus actos; no eligieron un líder para encabezar las manifestaciones masivas, ni erigieron caudillos para esconder su deseo supremo de transformar al país. Desecharon a los redentores y prescindieron de los servicios de un mesías profesional para no alimentar cultos a la personalidad.
Solos, pero miles al mismo tiempo. Como un solo brazo, una sola cabeza. Surgieron, sí, personajes emblemáticos que se convirtieron en antorchas para alumbrar el camino de la sociedad, pero que nunca intervinieron para apoderarse siquiera de un aplauso mal entonado. El señor que caminó descalzo desde el occidente hasta la capital de la República; el otro que se encadenó en las rejas de Palacio Nacional, el diputado que presentó la primera solicitud (fallida) de desafuero de Otto Pérez; en fin, ciudadanos que aportaron desinteresadamente a ésa causa.
Esa y no otra, creo que fue la razón de fondo para que hoy, presidente y vicepresidenta, estén sentados en el banquillo de los acusados. Seguro estoy que si hubiesen seguido a algún líder mesiánico, a algún redentor inescrupuloso o algún caudillo ambicioso, no hubiesen llegado hasta donde hoy están. La experiencia mexicana nos ha enseñado que los “liderazgos” han abortado cualquier avance en todos los sentidos. ¿Cuántos movimientos sociales hemos tenido desde finales de la década de los 80’s y han terminado en componendas vergonzantes?
Hay un dato extraíble de la revolución social pacífica guatemalteca: la total desvinculación de la clase política con el pueblo. Hay, en Guatemala, un proceso electoral que culmina (en primera vuelta para elegir al próximo presidente de la República) éste domingo. Los políticos, principalmente los candidatos a distintos cargos de elección popular, se desentendieron de las exigencias populares.
En algunos casos, porque fueron rotundamente rechazados por los ciudadanos y en otros, por la marcada y acostumbrada indiferencia de los políticos hacia los problemas sociales. Esto, evidentemente, marca una línea divisoria impenetrable entre la clase política repudiada y la ciudadanía cansada de mentiras y saqueos. El hecho que un candidato presidencial, surgido de la farándula y postulado por un partido emergente (financiado y manipulado por militares retirados, según algunas versiones periodísticas serias), haya alcanzado y rebasado a quien se creía el puntero y que, por “tradición democrática” se consideraba el seguro sucesor de Otto Pérez Molina, demuestra el nivel del desprecio de los guatemaltecos hacia los políticos habituales.
La negra historia de corrupción de Guatemala y la de México, son parecidas, con la diferencia que los guatemaltecos, han despertado y están dando un inmejorable ejemplo de dignidad, decoro y contundencia. Esa tendencia, según hemos estado observando, se está volviendo viral. En Honduras, hay una lucha de varios meses contra la corrupción; en El Salvador, la gente empieza a elevar el nivel de sus protestas y en Nicaragua, el sometimiento de su presidente, empieza a ser duramente cuestionado en las calles.
Los políticos de la región latinoamericana, deben desde ahora, poner sus barbas en remojo. Guatemala ya puso el ejemplo. Ha demostrado que cuando el pueblo se une, logra lo impensable, lo imposible. Los políticos corruptos y los que viven protegidos por la impunidad, deben ser erradicados para siempre, para que por fin, los pueblos avancen en su desarrollo. Mesiánicos, aventureros, populistas, falsos redentores y caudillos, también van para fuera.
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