Lo peor de lo peor... Pero, nosotros los elegimos, ¿no? |
Muchos han sido los políticos que han demostrado su pobreza literaria; y han sido severamente cuestionados por su oscurantismo intelectual, pues para millones, de eso debe depender su visión para el desarrollo integral de la sociedad. Es un hecho que parte de los discursos de los políticos para la educación de los pueblos, se basa en la expectativa de una enseñanza de mayor calidad y mejor excelencia académica.
A esto surgen dos preguntas básicas: ¿Deben, los políticos, ser eruditos para tener el respaldo colectivo para una función pública? ¿Qué leen los ciudadanos comunes y corrientes?
Ser intelectual, no significa ser inteligente. Tampoco el inteligente es un intelectual. Sin embargo, ambos, en uso de esa capacidad, pueden tener el acceso libre a lo que se proponen. Esa es una clara diferencia que nos cuesta entender cuando vemos descuidos en quienes nos gobiernan o pretenden hacerlo. Ser inteligente es ser ingenioso, sagaz, perspicaz, desenvuelto, talentoso, astuto. Un intelectual, en cambio, es sabio, docto, erudito.
No trato, de ninguna manera, decir que nuestros políticos son inteligentes y por mucho menos, catalogarlos de “intelectuales”. Por el contrario, éstos suelen ser torpes, mediocres, abusivos, estúpidos, barbajanes, mentirosos, hipócritas, ladrones, sinvergüenzas, haraganes, sordos, ignorantes, vulgares, necios, mentecatos, burros, ciegos, cínicos, farsantes, vagos, indolentes, apáticos, rufianes, insulsos, frívolos, mezquinos, traidores, pueriles, desleales, burdos, anodinos, superficiales, inicuos, intolerantes, prepotentes, crueles, perversos, avaros, siniestros, inhumanos, desalmados, infaustos, deplorables…
Pero, ¿por qué, entonces, nos gobiernan? Muy sencilla la respuesta: por lo que leen los ciudadanos. Somos —nos cueste o no reconocerlo— una sociedad que en cuestión de conocimiento, se alimenta de lectura desechable a la que me niego a llamarle “literatura”, dada la gran virtud que la caracteriza: “la acumulación de saberes y conocimientos para escribir y leer de modo correcto”.
Los grandes medios de información actuales, en sus páginas web, acostumbran incluir una sección llamada “Lo más leído”; ese es el parámetro para advertir la precaria lectura de los ciudadanos. Las noticias de mayor relevancia resultan ser los chismes sobre la vida privada de los miembros de la llamada farándula. Es decir, al ciudadano, le interesa más enterarse de los deslices amorosos de los actores y actrices, que saber a ciencia cierta cuánto aumento el precio de la gasolina, por ejemplo.
Líneas arriba enumero un sinfín de adjetivos achacables a los políticos. Lo confirmo y me negaré, siempre, a retractarme. No obstante, si uno de ellos hiciere algo digno de crédito, nadie se percataría; o si por el contrario, actuare contra los intereses del pueblo, pocos, muy pocos se enterarían.
Figuran y se hacen “virales” las pifias de los gobernantes y políticos. Pero todo queda en burlas y críticas sin sentido, precisamente, porque somos una sociedad sin argumentos retóricos y sin razones para defender el provecho común. No somos un conglomerado propositivo ni crítico. Somos una sociedad conformista que sigue dictados de unos y otros lo que, para nuestro infortunio, se ha convertido en vivero de caudillos igualmente corruptos que los de la casta política. De hecho, a ese grupo pertenecen.
Hagamos un ejercicio de reflexión: México ha tenido en los últimos procesos electorales para la presidencia de la República, a cuatro candidatos brillantes, o por lo menos, con un aceptable nivel de inteligencia e intelectualidad: Gilberto Rincón Gallardo, Patricia Mercado Castro, Cecilia Soto González y Gabriel Quadri de la Torre. Los cuatro quedaron en el último lugar e incluso, algunos de ellos, perdieron el registro de sus partidos por los bajísimos resultados. En cambio, hicimos ganar a los peores de entre todos. ¿Por qué?
Porque nuestro nivel intelectual está diseñado para ser gobernados por políticos impreparados en todos los sentidos. Eso sí, los tundimos a críticas, sin tener la autoridad moral para hacerlo. Para ello, mejoremos nuestra lectura.
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