¿Y qué partido los apoyara? Eso también contará, viéndolo bien. |
Dar la razón a unos y otros, sería tanto como cerrar los ojos para no ver el precipicio a donde el país está cayendo, desde que los políticos dejaron de serlo y los ciudadanos, politizaron sus sueños comunes.
Cierto es que, por obligación costumbrista, los cargos públicos deben ser otorgados —por voto o tributo pactado— a quienes per se, han construido —o les han montado escenarios ficticios— una imagen pública acorde a sus, o los intereses de terceros, que van más allá del interés público.
A esos, solemos llamarles “políticos”. Hombres y mujeres que por angas o por mangas, alcanzan cargos de elección que en la mayoría de las veces, fecundan en las enaguas de la sospecha y, por qué no decirlo, en las partes pudendas de un sistema político y partidista corrupto, impune y cínico. Si, como ciudadanos, revisásemos cuidadosamente al sistema político de México, estaríamos absolutamente convencidos que somos víctimas de ellos y de nosotros mismos.
De ellos, los políticos, porque sistemáticamente nos han mentido, engañado, robado, perseguido y aniquilado como sociedad librepensante. De nosotros, porque, a pesar de ser permanentemente engañados, seguimos votando en beneficio de los mismos sinvergüenzas que dicen gobernarnos.
El partidismo, no ha sido otra cosa que la fatídica expresión de colores que nos hacen creer que rojos, verdes, amarillos, azules, morados, blancos y negros, son buenos o quizá malos, de acuerdo a circunstancias que tarde o temprano, nos enseñan que los colores en política, terminan siendo de un solo color: el gatopardismo por decir lo menos y el característico que nunca traicionará al excremento, para no ignorar la escatología que tiñe a unos y otros.
¡Un payaso incompetente! ¡Un deportista soberbio! ¡Una actriz de mediana estampa! En las ciudades del país donde se han presentado personajes impensables, el escándalo es mayúsculo. Sus ciudadanos y los de otras partes, han vomitado opiniones diversas, satirizando a los pretendientes o de plano, llenándoles de maledicencias.
Nadie parece entender las razones por las que personalidades de distintos sectores y estratos, dan el salto a la política, ese mundillo ruin y despreciable. Al menos, es lo que reflejan. Y nadie tampoco entiende, el desconcierto provocado. No debería sorprender a nadie que quienes vivan de la patada, las risas, los aplausos o lo que sea, se inserten en un plano en el que, desde la perspectiva del resto, no encajan.
No nos debería sorprender porque payasos, por ejemplo, siempre hemos tenido en la política mexicana. Políticos que hacen su trabajo con las patas, también los hemos tenido y políticos que solo viven de las lisonjas y aplausos, están regados por todas partes. ¿Por qué el rechazo, entonces?
Sucede que somos una sociedad de modas y limitada memoria; nos indignamos un rato y al siguiente, acudimos en tropel a elegir a los mismos que han hecho daño al país. Una sociedad que alimenta permanentemente a un sistema de partidos que en el discurso, arremete contra los corruptos pero en la práctica, los consiente, respalda y otorga candidaturas; más aún: los mismos que regurgitan peroratas contra la impunidad y la corrupción, son los corruptos que deberían ser desterrados… Pero el sacrosanto “voto popular”, los mantiene en la cima del poder.
El que cualquier ciudadano aspire a un cargo de elección popular, independientemente de su trabajo, profesión u oficio, no debe ser objeto de burlas o condenas. La ciudadanía tiene la obligación de rescatar al país de las manos en que actualmente se encuentra. Tiene además, el derecho a participar para, paulatinamente, quitar a los corruptos del poder. Siempre y cuando, claro está, esos ciudadanos, no caigan en las seductoras redes de los políticos y nos salga más caro el caldo que los frijoles. Casos como el de Ayotzinapa o el ahora preso exalcalde de Pueblo Nuevo, Enoc Hernández, pueden evitarse, si ciudadanos honrados toman el control del poder público.
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