Parte de los desplazados por Florentino Gómez Girón. |
Familiares y seguidores de Florentino Gómez Girón, el hombre tras las rejas, se habían apostado en plantón permanente en la entrada principal del Congreso del Estado, exigiendo la libertad del acusado. De muchas formas habían intentado su liberación, llegando incluso a costurarse las comisuras de los labios y amarrarse, a modo de crucifixión, en las rejas del recinto parlamentario.
Instantes antes de cumplir su amenaza, uno de tantos subsecretarios de gobierno (Aquiles Espinosa), intentó convencerlos de lo contrario, bajo argumentos francamente, insípidos y carentes de firmeza. “Vamos a revisar el expediente”, ofreció un par de veces, antes de desaparecer de la pantalla en algunas de las tomas ofrecidas al público como acto circense.
La necedad fue notoria; el fanatismo extremista, explotó a gritos. Una mujer, llora junto al hombre tendido en el suelo. Le lloró como se le llora a un muerto inesperado. A un costado del inmóvil cuerpo, dos hombres más. El de playera, se inclinó para hacer arder a su compañero. Un hombre más, blandía un machete, haciéndolo rozar con furia sobre el pavimento. El muchacho, ardió. Desesperado, dio dos vueltas sobre sí, se puso de pie y se abalanzó sobre la gente, entre la que se encontraban decenas de niños que no alcanzaban a entender lo que sucedía.
¿Había necesidad de llegar a tal extremo? ¿Qué mensaje de fondo debemos descifrar tras inusual acontecimiento? Independientemente de los argumentos y débiles justificaciones de acusadores y defensores, el sentido común debió prevalecer. Por mucha indignación que hubiesen tenido los seguidores de Gómez Girón, por demasiada impotencia que albergaran en su desnutrida esperanza, debieron, antes que nada, proteger la vida de uno de los suyos.
Inmolar, consensuada y razonadamente o no, a un miembro de su comunidad, nos deja claro que el sentido de la compasión, se ha perdido entre ellos. La solidaridad, la han reducido a un fanatismo execrable, convirtiendo la justicia social, en escaparate para promover el salvajismo y la ausencia de valores.
Por desgracia, sucede lo mismo con la autoridad; el hermetismo, la indiferencia, la incompetencia, la total carencia de principios éticos para la procuración y administración de la justicia, y la utilización de medios nada ortodoxos para procesar a los presuntos responsables de determinados delitos, provocan el grado de indignación que nos ha arrastrado a un salvajismo sin precedentes en la historia de Chiapas.
El reo por quien sus fanáticos prendieron fuego —ante la vista de todos—, a otro de ellos, no es la madre Teresa de Calcuta; por órdenes suyas y de otros presuntos “dirigentes sociales”, expulsaron de su comunidad a más de dos docenas de familias, entre quienes estaban mujeres, niños y ancianos. Florentino Gómez Girón, ordenó quemar las casas de sus víctimas y posteriormente, se apropió de las pocas pertenencias que dejaron. Incluso, usufructuó los terrenos de éstas.
Fue por recomendación de la CNDH, que la autoridad accionó contra Gómez Girón, a quien dan por un hombre violento, intolerante y prepotente. Las familias que fueron despojadas, también han pedido justicia. Se intentó otorgárselas y surgió lo que ya hemos visto horrorizados. El reo, salió libre pocas horas después de incidente.
¿A quién, entonces se va a hacer justicia? ¿A las familias que se quedaron sin un trapo para cubrir su desnudez? ¿A los seguidores de un “líder” bajo severo cuestionamiento? ¿A las ancianas y niños que hasta hoy duermen a la intemperie, comiendo cuando hay?
Quizá quede otra pregunta en el aire: ¿Qué será del futuro del chamaco que se dejó prender fuego? Y una más: ¿Dónde quedó el Estado de Derecho?
Penosamente, los que condenan a los imaginarios culpables, son los mismos que hace un tiempo, cuando Florentino Gómez Girón atacó sin clemencia a sus propios vecinos, exigían justicia para sus víctimas. Esto nos deja claro que somos una sociedad desinformada, por un lado y por otro, vulnerable y ambivalente. Si hoy azotaren en la plaza pública a Hitler, Hussein, Judas, Nerón, Somoza y a otros villanos más, sin duda, exigiríamos su libertad y castigo a quienes así lo hubieren hecho. Nuestra capacidad parece estar normada por las modas y las tendencias, no por la razón y la inteligencia.
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