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Pepe Figueroa, el lobo solitario

Descanse en paz.
Fichero Político

Angel Mario Ksheratto
@ksheratto


Tuvimos un objetivo común, al que pusimos diversos nombres que nos hicieron caer de la risa. Nos propusimos entonces, recabar historias con las distintas personalidades que conocimos en el lugar donde finalmente, sucumbió según sus propias reglas. Un mes antes de la fatídica madrugada de aquel día de bromas, en la cafetería que dio nombre a su muy leída columna (Café Avenida), retomamos la vieja plática en torno al proyecto que teníamos en mente.
—Ya tengo algunas historias estructuradas, apúrate con las tuyas —me dijo. Le pregunté cuántas había escrito y me respondió que eso era precisamente lo que le faltaba: Escribirlas. “Las tengo en la cabeza, solo es cuestión que me siente frente a la máquina para terminarlas”, justificó con su habitual tono jocoso.
Pero de pronto, se fue y aquel proyecto quedó tan truncado como su vida. Pepe se convirtió desde hace muchos años en una leyenda viva del periodismo “aldeano”, como él mismo solía llamar al oficio que aprendió y del que nunca se desprendió y al que tampoco quiso llamarle “profesión”. “Se profesa una religión; el periodismo, se ejerce sin sentimentalismos ni afectos”, declaraba tajante.
Famosos fueron los apelativos que impuso a no pocos políticos locales, muchos de los cuales, quedaron como talón de Aquiles para quienes fueron víctima de su ingenio y mordacidad. Infinidad de hombres y mujeres metidos a la política, quedaron marcados para siempre y así son mejor conocidos.
Ello arrancó momentos de ira en tantos personajes. Varios incluso, intentaron demandarle pero el argumento con que Pepe se defendía, era irrebatible: “Si me demandan, ellos mismos estarán admitiendo lo que en realidad son.”
De sus ocurrencias, nadie se salvó; pero él tampoco escapó de las de otros que buscaron siempre la venganza divertida y de las que pocas veces montó en cólera. Y trataba de salvar a otros: “Cuando echés trago con Conrado de la Cruz (QEPD) y vayas al baño, terminá tu copa y pedís que te cambien el vaso cuando regresés, porque ese cabrón, si dejas tu copa a medias, mete su placa en tu vaso. A mí ya me lo ha hecho varias veces”, contaba muerto de risa.
Era, a pesar de su buen humor, un tipo duro que pocas veces otorgaba aquiescencias a sus adversarios. Punzante, no dejaba espacio para las explicaciones y aun cuando daba muestras de acato a las reglas comunes, recurría al sarcasmo para, de todas formas, salirse con la suya.
Cierto político se acercó a él un día para solicitar le fuera retirado un apodo que bien le había asentado. —¿Y cómo querés que te diga, pues? —le preguntó al susodicho.
—Mirá, pinche Pepe, ponéme el apodo que se te antoje, menos ese; no corresponde a un caballero refinado como yo —se justificó. Pocos días después, le empezó a llamar con el nombre de una reconocida bailarina exótica y hasta hoy, al político en cuestión, así se le conoce en todo Chiapas.
En 1996, escribí la penosa anécdota del exgobernador Julio César Ruiz Ferro, quien en un estallido de ira, reclamó ante varios funcionarios de su gabinete al coordinador de giras por qué le había llevado a un evento a Coita y no a Ocozocoautla, como estaba previsto en la agenda. Me valió el veto en todos los periódicos de Chiapas, pues incomodó al exgobernador haber exhibido su ignorancia sobre los nombres y sobrenombres de los municipios de la entidad.
Pepe me llamó a una oficina alterna que tenía; fungía él, como secretario de Prensa del CDE del PRI. Ahí me dijo que escribiría, yo, una columna para el Diario de Chiapas. Con pseudónimo “para despistar al chompipito y su chompipona”, me explicó. Y así, en la semiclandestinidad, me mantuve en el medio, hasta que Ruiz Ferro fue destronado por su ineptitud.
Así fue de leal y derecho, con quienes entabló amistad.
La madrugada de su muerte hizo antes, lo que todos los días. Escribió su columna, se fue a casa, se bañó y salió, como todas las noches, a divertirse. Tenía varios años sin beber una gota de alcohol. Pero se había enamorado del baile.
Todas las veces que nos encontramos en el mismo lugar, hablamos de escribir los cientos de historias que solíamos oír de las casuales acompañantes, con muchas de las cuales, él y yo, emprendimos amistades sinceras y duraderas, sin llegar a trastocar ni el cuerpo ni los sentimientos de ellas.
Solo quedó en ideas, pensando que la vida nos alcanzaría para eso y más. Esa noche, me contaron las mutuas amigas, bailó y se fue a sentar; se paró para pedir al encargado de la música, su canción favorita. Regresó a sentarse, tomó su celular en las manos… Y luego, se fue.
El encargado del lugar y los meseros, se hicieron los occisos. Algunas damas ahí presentes, ayudaron al acompañante de Pepe a sacarlo para llevarlo a un centro asistencial. La Cruz Roja, pese a los múltiples llamados, nunca llegó. Se lo llevaron en taxi. Murió, dicen sus más cercanos, donde vivió mucho tiempo y murió además, en su ley: feliz.
Y más aún: murió en un día de bromas. Como su forma de ser, quiso darnos tiempo para reírnos de su muerte. La noticia me llegó a las nueve de la mañana; en todos lados se hablaba del hecho y no lo acepté sino hasta las 5 de la tarde, cuando hablé a la funeraria para saber si ahí sería velado. Conociéndolo como era, no dudé en pensar que su muerte, era una broma de él mismo.
Ahora que escribo sobre Pepe, recuerdo que hace años, trabajando juntos, de pronto, se desvaneció en las gradas del edificio; íbamos bajando para ir a comer juntos. Juan Rueda Aguilar, entonces secretario de Organización del PRI y yo, lo bajamos —a duras penas, puesto que los dos somos chaparritos y flacos y Pepe entonces, ¡pesaba!— hasta el estacionamiento y un chofer de no recuerdo quién, lo llevó al hospital. Lo operaron de emergencia. Me pregunto: ¿Por qué ahora que estaba más sano que una pera en flor, murió? Designios de Dios, sin duda.
Me quedo con una frase que siempre me repitió: “El periodista debe ser como el lobo solitario: debe cazar solo o corre el riesgo de ser domesticado”.

Tarjetero

*** ¿De cuándo acá los legisladores se preocupan por las actividades de la DEA en México? Siempre han operado en el territorio nacional incluso, para defender intereses de quienes se rasgan las vestiduras por su presencia. Lo que deberían hacer es regular sus actividades. Porque eso de “echarlos”, es una utopía. *** Confirmó un juez, la formal prisión contra Elba Esther Gordillo, por el delito de defraudación fiscal. A todos los corruptos, tarde o temprano, les llega su hora. *** Año nuevo lleno de éxitos a todos. *** Luego nos leemos.
amksheratto@hotmail.com

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