Garzón, de defensor de víctimas de tiranías, a defensor de corruptos. |
Angel Mario Ksheratto
@ksheratto
Los últimos acontecimientos violentos en el que se vieron involucrados maestros, policías y ciudadanos ajenos a un conflicto sindical, nos llevan a preguntarnos qué es lo que quiere la sociedad. Hace unos días, cuando la autoridad actuó con cautela en el conflicto de comuneros en Venustiano Carranza, hubo sectores que condenaron la pasividad oficial.
Días después, los cuerpos de policía ingresaron al territorio ocupado por iracundos campesinos, y entonces se acusó al gobierno de represor… Incluso por quienes antes le habían calificado de tibio y poco eficiente para mantener el orden.
Veinticuatro horas antes del desenlace violento del pasado fin de semana, disidentes, charros, oficialistas y opositores, se acusaban mutuamente de un virtual secuestro en las instalaciones del Polyforum Mesoamericano. Urgían, las posibles víctimas, la actuación de la policía para ser liberados. Entendible la postura gubernamental en el sentido de no intervenir en un conflicto interno.
Ante la gravedad de los hechos, finalmente intervienen los cuerpos de seguridad; evidentemente, no fueron recibidos con porras y flores. Se desató la refriega que se salió de control y se extendió hasta un centro comercial cercano, en donde cientos de ciudadanos ajenos a la crisis, fueron retenidos por grupos de maestros enfurecidos. Fue entonces que se apareció el diablo en calzoncillos.
El saldo es lamentable; la violencia como recurso, no es más que una muestra de incompatibilidad para el diálogo y el entendimiento. Más allá de asuntos gremiales —respetables todos— la actitud de un grupo de maestros intransigentes, puso de manifiesto el espíritu alborotador de quienes basan en la confrontación violenta, la libre protesta social, válida en los estados democráticos.
A raíz de lo que comento, mucho se ha condenado la acción policial; hay quienes aseguran que se está criminalizando la protesta social. Para llegar a ese punto, debemos primero analizar la causa principal: la violencia como principio de una manifestación social. La falta de diálogo en las entrañas del magisterio, ha generado reacciones violentas que requieren, por la seguridad de todos —incluidos los activos— la intervención de las autoridades.
Desafortunadamente, los líderes sindicales de uno u otro bando, han perdido el control de sus seguidores y esto ha degenerado en vandalismo puro y repudiable. Mientras permanezca el carácter violento al interior de los sindicatos, habrá más y más violencia. Que la policía se excedió, es inocultable, pero también se debe ver con objetividad el asunto: fueron recibidos a pedradas, garrotazos y mentadas de madre. Yo no conozco a un solo ser humano que no reaccione con violencia ante una acción violenta.
Además, retuvieron bajo amenazas a ciudadanos que nada tenían que ver con sus problemas internos. En las redes sociales, las peticiones de ayuda por parte de las víctimas de los iracundos maestros, eran angustiantes. Estoy absolutamente seguro que si alguien de los retenidos en el centro comercial hubiese intentado salir, lo garrotean y quizá, hasta lo hubiesen matado. ¿Eso si es justificado?
¿Llamarían “represores” a los maestros que hubieren incurrido en una acción de esa naturaleza? Lamentablemente, los maestros cada vez son más intransigentes y violentos. Los mismos periodistas son, muchas veces, víctimas de sus actitudes virulentas.
Chiapas merece vivir en un Estado de Derecho efectivo y equitativo; nadie, absolutamente nadie, puede estar por encima de las leyes y menos, mucho menos, pisoteando los derechos de terceros. Es triste y lamentable ver a maestros sangrando, pero también hay qué ver hacia mujeres y niños que fueron prácticamente puestos en grave riesgo de ser heridos por los maestros que asaltaron ese centro comercial.
Que nadie se rasgue las vestiduras sin antes pensar en las víctimas. ¿Somos acaso un estado de salvajes? En Chiapas no se debe vandalizar la protesta social, ni criminalizar la justa demanda. ¿Así o más claro?
IMAGINARIO.- Fue una “absolución” pactada que nos deja todo perfectamente despejado: Pablo Abner Salazar, no es inocente de los cargos que en su momento, se le imputaron y lo mantuvieron por más de un año en la cárcel. Sus “defensores”: José Murat, Fernando Ortiz Arana, José Antonio García y hasta el juez español Baltazar Garzón. De éste último, pensaba que perseguía a dictadores nefastos… ¡Los defiende! Ironías de la vida. Por cierto, la confesión es del mismo Murat, icono de la corrupción y el abuso. amksheratto@hotmail.com