Caer ante Honduras, no es grave... es vergonzoso

No hay pretextos; que el pésimo arbitraje, que el pasto no fue recortado, que la expulsión de Blanco, que los hondureños jugaron muy shuco (sucio). Nada. La dolorosa derrota (por nuestra inmaculada soberbia) ante la escuadra catracha, simplemente no tiene pretextos ni excusas. Perdimos (sí, perdimos; no podemos ser como los comentaristas de Tv Azteca y Televisa que cuando gana la selección dicen “ganamos” y cuando pierde, “perdieron”) porque se llegó al terreno de juego con soberbia, con sobrada excelsitud sobre un rival que, queramos o no, ha mejorado su fútbol, su técnica, su amor propio.
Pasó lo mismo con Cuba. Si el silbante hubiese concedido más minutos de reposición ante los isleños, de seguro nos ganan. Mínimo nos empatan. Otra vez, la subestimación del rival, como si fuésemos los amos del balón, los maestros de la cancha. No hemos aprendido que en el fútbol, ganan los que meten goles, no los que tienen a las mejores figuras. Tampoco hemos aprendido que no hay rival débil. Menos, muchos menos que hayamos aprendido humildad.
Pocos minutos antes del cotejo con los hombres de Fidel Castro, un comentarista televisivo tuvo el atrevimiento de decir que ante los cubanos, solo era un partido de trámite. ¡Chingar! Por poco y solo servimos de hoja blanca para que ellos firmaran el dichoso trámite.
¿Qué nos pasó? La expulsión de Blanco, más que un exceso antideportivo a los que ya nos tiene acostumbrados el virulento jugador, ha sido la mejor muestra de nuestra falta de compromiso con el fútbol profesional. Es cierto que lo provocaron hasta llevarlo a su tradicional arranque de locura, pero ello no es excusa para que, de nuevo, demos muestra de incivilidad deportiva. Y tampoco es la razón de fondo por la que se perdió un importante encuentro.
El pasto del estadio, ¡por favor!, no seamos infantiles. En peores canchas la selección mexicana ha hecho mejores papeles. Y si hablamos del arbitraje, ya estamos acostumbrados a árbitros emocionalmente inestables que, por angas o por mangas, nos han complicado los partidos.
Lo que pasa es que seguimos viendo a los rivales de Centro América y el Caribe, como equipos débiles. Es decir, creemos que son fáciles de vencer. Pero no. Son mejores y, lo peor para nosotros: más fuertes, a juzgar por los dos últimos resultados.
Y sucede también que en la conformación de un cuadro competitivo, ha sobrado soberbia de parte del señor Sánchez Márquez. El haberse negado a realizar los cambios adecuados en el momento apropiado, cuando Honduras nos daba lecciones de superioridad, fue determinante. Ello debemos interpretarlo como un gesto que, de seguir, nos hará mucho más daño del ya infringido.
La imprudencia del entrenador es notable, inocultable. Hasta el último momento creyó que estaba jugando una charamusca con un equipo de callejón.
Si bien es cierto que tenemos grandes jugadores, lo es también que el fondo de la derrota se debe a la falta de visión del entrenador y, desde luego, a su sobrada soberbia y altanería. Se notó.
Tampoco se trata aquí de exonerar de responsabilidad a los jugadores. Ellos están obligados a ofrecer resultados. No lo hicieron por diversas razones. Entre éstas, por la desincorporación que mostraron al tratar de exhibir habilidades personales que debieron guardar, por lo menos, hasta tener asegurado el resultado.
En fin, detalles que nos deben hacer despertar del sueño europeo. Porque muchos creemos que porque Pardo, Salcido, Márquez, Castillo y otros notables juegan o han jugado en equipos europeos, ya tenemos a todos los dioses de los tanates. No señores; no nos equivoquemos. Primero, debemos reconocer la natural fuerza de los rivales de CONCACAF y segundo, reconocer que no somos, ni por poco, la gran potencia futbolística. No, hasta que no tengamos al frente de nuestro fútbol a hombres honestos, honrados y cabales. Esa es una gran verdad que debe dolernos a todos.
Lo que queda es exigir al pentapichichi Sánchez que deje de lado su soberbia y aprenda que el fútbol, es un espectáculo de inteligencias y fuerza, del que no queda tirada la capacidad.
Debe, Hugo, saber que ganar dos campeonatos en un torneo realmente “irregular”, no es suficiente para trascender con hechos. Se necesita mucho más que eso para aprender que el fútbol, no es una cascarita; es algo serio. Ahí están los verdaderamente grandes que han rumiado fracaso tras fracaso. Ojalá lo entienda.
Habló pestes Ricardo Antonio Lavolpe y está resultando millones de veces peor. Doloroso para la afición a la que finalmente, le vale sorbete quién sea el entrenador, sino que nuestra selección, gane, que ganemos.

No hay pretextos; que el pésimo arbitraje, que el pasto no fue recortado, que la expulsión de Blanco, que los hondureños jugaron muy shuco (sucio). Nada. La dolorosa derrota (por nuestra inmaculada soberbia) ante la escuadra catracha, simplemente no tiene pretextos ni excusas. Perdimos (sí, perdimos; no podemos ser como los comentaristas de Tv Azteca y Televisa que cuando gana la selección dicen “ganamos” y cuando pierde, “perdieron”) porque se llegó al terreno de juego con soberbia, con sobrada excelsitud sobre un rival que, queramos o no, ha mejorado su fútbol, su técnica, su amor propio.
Pasó lo mismo con Cuba. Si el silbante hubiese concedido más minutos de reposición ante los isleños, de seguro nos ganan. Mínimo nos empatan. Otra vez, la subestimación del rival, como si fuésemos los amos del balón, los maestros de la cancha. No hemos aprendido que en el fútbol, ganan los que meten goles, no los que tienen a las mejores figuras. Tampoco hemos aprendido que no hay rival débil. Menos, muchos menos que hayamos aprendido humildad.
Pocos minutos antes del cotejo con los hombres de Fidel Castro, un comentarista televisivo tuvo el atrevimiento de decir que ante los cubanos, solo era un partido de trámite. ¡Chingar! Por poco y solo servimos de hoja blanca para que ellos firmaran el dichoso trámite.
¿Qué nos pasó? La expulsión de Blanco, más que un exceso antideportivo a los que ya nos tiene acostumbrados el virulento jugador, ha sido la mejor muestra de nuestra falta de compromiso con el fútbol profesional. Es cierto que lo provocaron hasta llevarlo a su tradicional arranque de locura, pero ello no es excusa para que, de nuevo, demos muestra de incivilidad deportiva. Y tampoco es la razón de fondo por la que se perdió un importante encuentro.
El pasto del estadio, ¡por favor!, no seamos infantiles. En peores canchas la selección mexicana ha hecho mejores papeles. Y si hablamos del arbitraje, ya estamos acostumbrados a árbitros emocionalmente inestables que, por angas o por mangas, nos han complicado los partidos.
Lo que pasa es que seguimos viendo a los rivales de Centro América y el Caribe, como equipos débiles. Es decir, creemos que son fáciles de vencer. Pero no. Son mejores y, lo peor para nosotros: más fuertes, a juzgar por los dos últimos resultados.
Y sucede también que en la conformación de un cuadro competitivo, ha sobrado soberbia de parte del señor Sánchez Márquez. El haberse negado a realizar los cambios adecuados en el momento apropiado, cuando Honduras nos daba lecciones de superioridad, fue determinante. Ello debemos interpretarlo como un gesto que, de seguir, nos hará mucho más daño del ya infringido.
La imprudencia del entrenador es notable, inocultable. Hasta el último momento creyó que estaba jugando una charamusca con un equipo de callejón.
Si bien es cierto que tenemos grandes jugadores, lo es también que el fondo de la derrota se debe a la falta de visión del entrenador y, desde luego, a su sobrada soberbia y altanería. Se notó.
Tampoco se trata aquí de exonerar de responsabilidad a los jugadores. Ellos están obligados a ofrecer resultados. No lo hicieron por diversas razones. Entre éstas, por la desincorporación que mostraron al tratar de exhibir habilidades personales que debieron guardar, por lo menos, hasta tener asegurado el resultado.
En fin, detalles que nos deben hacer despertar del sueño europeo. Porque muchos creemos que porque Pardo, Salcido, Márquez, Castillo y otros notables juegan o han jugado en equipos europeos, ya tenemos a todos los dioses de los tanates. No señores; no nos equivoquemos. Primero, debemos reconocer la natural fuerza de los rivales de CONCACAF y segundo, reconocer que no somos, ni por poco, la gran potencia futbolística. No, hasta que no tengamos al frente de nuestro fútbol a hombres honestos, honrados y cabales. Esa es una gran verdad que debe dolernos a todos.
Lo que queda es exigir al pentapichichi Sánchez que deje de lado su soberbia y aprenda que el fútbol, es un espectáculo de inteligencias y fuerza, del que no queda tirada la capacidad.
Debe, Hugo, saber que ganar dos campeonatos en un torneo realmente “irregular”, no es suficiente para trascender con hechos. Se necesita mucho más que eso para aprender que el fútbol, no es una cascarita; es algo serio. Ahí están los verdaderamente grandes que han rumiado fracaso tras fracaso. Ojalá lo entienda.
Habló pestes Ricardo Antonio Lavolpe y está resultando millones de veces peor. Doloroso para la afición a la que finalmente, le vale sorbete quién sea el entrenador, sino que nuestra selección, gane, que ganemos.