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¿Quién debería gobernar a Tuxtla?



Tan malo como los aspirantes a sucederle.
Estamos en puerta de un proceso electoral local; sin reglas claras y sin autoridad moral, éste se asoma con más sospechas e incertidumbre como nunca antes habíase visto en Chiapas. Tuxtla Gutiérrez, la capital del estado, es quizá la más vigilada por el ojo ciudadano. No por la importancia de la ciudad, sino porque hasta hoy, ningún aspirante ha desplegado un programa de trabajo serio, responsable, confiable.
Muchos son los que pretenden gobernar a una ciudad sin rumbo, sin autoridad y sin perspectiva de progreso genuino. Una ciudad que por algunos trienios, no ha tenido a un alcalde auténtico, autónomo y comprometido con los ciudadanos. Los últimos, han sido una especie de “pajes” sin la menor capacidad de acción propia y para empeorar las cosas, la escasa libertad de la que gozan, la utilizan para afectar a la ciudadanía. Los pocos recursos financieros que manejan, los han manchado de una corrupción insostenible.
El recuento del deterioro de la ciudad en manos de un alcalde inexperto en temas sociales y políticos y cómplice del saqueo de los recursos financieros, dejaría a cualquiera, sin palabras.
La perorata que se ha vuelto el camino fácil para el autoengaño, es que a Tuxtla, “le está cambiando el rostro”. Cierto. Hoy vemos algunas arterias de la ciudad modernizadas, mejor iluminadas, bien pavimentadas y fluidas. Pero no porque el actual alcalde, Samuel Toledo Córdova, esté trabajando en ello. ¡Son obras del gobierno del Estado y otras, con recursos y supervisión federal!
Las colonias de la ciudad, principalmente las ubicadas en la periferia, son un desastre: sin agua potable, los drenajes rotos, sin luz pública y las calles en completo abandono. Ahí, la inseguridad es aterrorizante. Y eso que constantemente, el Ayuntamiento capitalino recibe “galardones” bajo el argumento de “ser la ciudad más segura de México”.
Las condiciones de la ciudad, son escandalosamente deficientes, abrumadoras. Lo peor es que no hay las mínimas condiciones para creer que, como resultado de la próxima elección, las cosas vayan a cambiar. Hemos visto a todos los aspirantes y de entre todos, no se haría ni un tercio de quien debería dirigir a una ciudad cosmopolita pero al mismo tiempo, caótica y desenfrenada.
Los discursos hasta ahora escuchados, son fatuos, inentendibles, rastreros, desproporcionados, difíciles de digerir y mucho menos, de creer. Algunos de los que quieren ser alcalde, han rayado en la idiotez y otros, están asentados en el ridículo y la perversidad mal aplicada. No dan señales de querer regresar al Ayuntamiento, la autonomía constitucional, por mencionar lo menos y resaltar lo más.
Los discursos de los aspirantes, se basan en largas y tediosas alabanzas a quien tengan enfrente. No tienen iniciativa propia. Olvidan deliberadamente —o por ignorancia supina— al elector. No tienen interés de provocar respuesta entre la sociedad, sino, posicionar su mezquindad para coleccionar simpatías en las cúpulas partidistas que a decir verdad, también están en la fosa de las inmundicias. Pareciera que su gran aspiración es ser títeres, no alcalde.
Podríamos entender la falta de propuestas para Tuxtla, si basásemos un análisis en la relativa juventud de algunos de los aspirantes o por lo menos, de los “más fuertes”. Pero ello, no debe ser pretexto para tener a la brutalidad de cabecera. Conozco jóvenes con una capacidad extraordinaria de oratoria, con un positivismo acendrado, con ideas fijas y deseos legítimos de servir a los demás. Pero en los precandidatos a gobernar Tuxtla, solo veo palabrerío hueco, sin sentido, sin propuesta, sin espíritu.
En una cosa coinciden los susodichos: que salieron buenos para el acarreo de gente, para la compra de votos a cambio de tortas con refrescos, al muy viejo estilo del PRI. Que salieron buenos para violar las leyes electorales, sin ser molestados por las autoridades encargadas de evitar vicios y excesos.
Con esa perspectiva, debemos atenernos a seguir teniendo alcaldes sin capacidad, ni sensibilidad ni talento para el trabajo. Sin inteligencia para, por lo menos, construir un discurso esperanzador. Sin visión para nada. Sería incapaz de comparar el discurso político actual con los excrementos; las heces fecales de todo ser viviente, por lo menos, sirven para que algunas especies de escarabajos, coman y construyan su casa. Las monsergas de nuestros políticos, no sirven para nada.
Lastimosamente, todos son iguales; unos más mentirosos que otros. Unos más necios que los demás. ¿Cambiarán? ¿Buscarán fórmulas precisas para, al menos, ser candidatos respetables? Francamente, lo dudo. Entre los aspirantes, reina la anarquía, el desdén, la soberbia, la prepotencia. Lástima de jóvenes.
amksheratto@hotmail.com

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