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Líderes espontáneos

Sicilia: No contaban con su astucia.
Fichero Político

Angel Mario Ksheratto


La inconveniencia de los liderazgos espontáneos es a veces, perturbadora. Desde que los partidos políticos perdieron credibilidad y presencia en la sociedad, diversos han sido los personajes que han acaparado los reflectores para asumir el rol que deberían tener los que, entre muchos otros beneficios públicos, son subvencionados por el Estado y cuyos dirigentes viven al más puro estilo de los más sofisticados capos de la mafia.
A la par de lo anterior, la debilidad del Gobierno para garantizar seguridad a los mexicanos, ha generado el surgimiento de líderes sociales que, cargados de impotencia, desahogan sus frustraciones en lo primero que ven frente a sí; sucedió hace unos días con el poeta Javier Sicilia, quien enfrentó a los periodistas de un modo poco cortés y de una forma más allá de los cánones no escritos entre pares.
Entendible que el poeta se exaspere, explote y suelte un mar de majaderías contra todos; es el único al que podemos comprender con claridad, aún los más floridos discursos, como aquel que soltó contra un alto funcionario de la PGR con quien horas más tarde se sentó a charlar como si nada. Es lo que tenemos para defendernos; nos pasa como en cualquier episodio del Chapulín Colorado, personaje del humor mexicano que se vestía de héroe para terminar como víctima de sus defendidos. Al maestro Sicilia, se le entiende y debe considerársele; sus exabruptos son, queramos ó no admitirlo, el reflejo de todos. Las mentadas de madre que bajo el manto del respaldo popular ha soltado aún contra el Presidente de la República, se han constituido en el bálsamo colectivo que lo mismo arranca carcajadas que lamentos.
Es el héroe imprevisto que tomó las riendas de un país que había perdido el sentido práctico pero sobre todo, el respeto y la credibilidad en las autoridades.
Sin embargo, habrá que otorgarle a Sicilia, la oportunidad de llorar a sus anchas a su hijo asesinado. Solo cerrando ése doloroso círculo podrá entonces, encabezar un movimiento nacional que reivindique a las víctimas de una guerra sin sentido, una guerra que no parece haber sido concebida con fines de derrotar a los malos, sino de darles patente de corso para robustecer sus planes delictivos.
Sicilia a veces no parece coherente; resulta en oportunidades, irritable, insoportable. Pero finalmente, es la única tabla de salvación a la vista. Quizá sea un salvavidas parchado o lleno de agujeros, pero es el único camino que la sociedad ve con buenos ojos, aunque otros le vea como una piedra en el zapato, un obstáculo a fines pervertidos.
Porque no se puede confiar en los dirigentes de los partidos políticos, quienes deberían tener entre sus obligaciones, la defensa incondicional de sus militantes y simpatizantes. No se puede confiar en un Humberto Moreira, acusado de delitos cometidos durante su gestión como gobernador de Coahuila; tampoco se puede confiar en un Gustavo Madero, empeñado más en defender los intereses de los empresarios beneficiados con el actual gobierno que en cuidar la buena fe de sus correligionarios.
Menos que se pueda confiar en un Jesús Zambrano, acostumbrado a acostarse con un adversario y despertarse al lado de otro. Y de los demás partiditos, ni hablar. Simplemente, no existen. No funcionan más que para vivir del dinero público.
Lo deseable, lo urgente, es que los liderazgos emergentes, los liderazgos espontáneos, tomasen en cuenta las dos caras de la moneda. Finalmente, todos son parte del problema y atenidos a la lógica, todos deberían ser parte de la solución. Hacen mal los líderes que ahora tenemos si descartan al Gobierno como factor de quiebra en la búsqueda de soluciones. Es el más obligado.
Sicilia ha tenido como único error, creer que todo saldrá bien sin el Gobierno. Por ello ha incurrido en peticiones de un día; imposible caminar así. Ni pactos ni abdicaciones; pero tampoco, guerras en contrasentido de la realidad. Menos aún, liderazgos a la deriva de pocas personalidades. Al maestro Sicilia, se le respeta; pero debe refrenar la lengua; respetar a los periodistas y dejar el excesivo protagonismo a quienes lo buscan para alcanzar sus 15 minutos de fama.

Tarjetero

*** ¡Increíble! Cuando por la noche me enteraron que “Javier” había sido galardonado con el “Micrófono de Oro”, otorgado por la Asociación Nacional de Locutores, pegué un salto de alegría. “Bien por Figueroa Niño, se merecía ésa presea, es un buen hombre y un buen locutor”, le dije a quien me hizo llegar la noticia. Pero no tardó en desengañarme: “No, Chato, no Javier Figueroa Niño; es Javier Álvarez, el secretario de Educación”. Solté una sonorísima mentada de madre. Inmerecido. Totalmente inmerecido. Indignante. ¿Qué méritos tiene el secretario de Educación para ser galardonado con una presea de esa envergadura? Hasta ése momento comprendí muchas cosas; la invitación a una “conferencia de prensa” me llegó vía celular a poco más de las 10 de la mañana del día de la entrega. Estaba programada para las 12 y media del día. Fue insistente la invitación. No acudí. Algo me decía que no debía ir. Hubiera armado “el pancho”. Así se enojara mi muy querida y respetada Rosalía Buaun, presidenta de la ANL. De ninguna forma avalaría una monstruosidad de ése tamaño. No. Jamás. Fue un error. Una burla. Habrá de perdonarme la señora Buaun, pero es la verdad. Mal. Muy mal. Malísimo. Indignante. *** A 26 años del terremoto que sacudió a la ciudad de México, muchas cosas han cambiado. Hoy tenemos mejor tecnología para detectar los sismos a tiempo y poner a la gente a salvo. Pero lo que no cambia son las mentiras. Siguen sosteniendo el mismo número de muertos. Cifras conservadoras no oficiales, hablan de más. La verdad, parece, nunca se sabrá. *** Por ahí anda bailando un fraude de 50 millones de pesos en el magisterio, cuando David Aguilar fue dirigente sindical. Según trascendió, la investigación está debidamente fundada, lo que ha generado que Aguilar Solís, actual alcalde de Tonalá, esté buscando una diputación federal para gozar de fuero y no ser detenido por ese delito. *** Luego nos leemos.
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