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Presidencialismo y partidocracia

Fichero Político

Angel Mario Ksheratto


La conveniencia de un partidismo fuerte ha dejado de ser el fundamento de la democracia participativa, por lo menos en Chiapas. Las pasadas elecciones nos demostraron que si algo faltaba a la blandengue transición democrática, era el desbarajuste moral de los partidos políticos en cuyas respectivas “declaraciones de principios” radicó por años, la base para considerarlos entes de interés público y no secuestradores del bien colectivo como ahora sucede.
Si analizamos con detenimiento el resultado electoral –no el expresado en las urnas que sigue aún bajo sospecha, a juzgar por los berrinches de los candidatos derrotados– encontraremos elementos de juicio para considerar que junto con la desaparición del prepotente presidencialismo que dominó al país por más de 70 años, cayó la “partidocracia” complaciente que no solo permitió la entronización del PRI en el poder inmerecidamente, sino que participó activamente para que éste consiguiera el status vitalicio que le fue revocado por una sociedad que, finalmente, fue objeto de un engaño descomunal por parte de unos y otros.
La “partidocracia”, vista desde la perspectiva de su propia debacle, no ha sido otra que aquella fórmula mágica con que presidentes y gobernadores manipulaban a las cúpulas partidistas a su antojo, convirtiendo la democracia en mera simulación y, para propósitos mediáticos, en artilugio necesario, repartido a algunos de nuestros “prohombres” de la política moderna. Fue así como, desde los mejores tiempos de Carlos Salinas, hasta los bacanales de la fallida monarquía bicicletera de los Fox-Sahagún, los partidos políticos suponían libertades extraordinarias que, en el sexenio del último “Gran Simulador”, rebasaron la línea imaginaria entre lo políticamente correcto y la desfachatez de cabalgar en mula recién parida. Ahí se ignoraron presidencialismo y partidocracia; el primero, es decir, Vicente Fox de Sahagún, por ignorancia supina de las reglas no escritas del juego y los segundos, por notable ausencia de criterio y entendimiento de la mensajería. No hubo desde entonces, un sitio de encuentro, sino más bien, puntos de quiebra que obligaron a una retirada, talvez discreta por su fondo, pero estridente por su forma. Fue una muerte no prevista, pero necesaria… Sin embargo, no en todas las muertes anunciadas se tocan campanas. Las mala puntería –por ejemplo, del PRI– para elegir a candidatos triunfadores, sin contar con los recelos previos al proceso y las dudas posteriores que han desembocado en acusaciones directas de militantes y excandidatos, sirvieron para probar cualquier análisis sobre el fin de la partidocracia. Los vencidos por decreto autoritario (o como algunos dicen dentro de ese partido: “Por mayoría de pesos”) se olvidaron de su declaración de principios y, antes que el gallo les cantase una vez, ya habían negado y renegado de su presunta ideología. Como el asunto ese no fue privativo del PRI, vimos cómo, un priísta, enemigo a ultranza de la izquierda, abrazaba con amor incomprensible la bandera del PRD; vimos cómo, un verdeecologista podía, en un municipio maldecir al PRI y en el siguiente, jurarle lealtad; o descalificar a un panista en un distrito y alabarle en algún municipio de esa misma demarcación. ¿“Partidocracia”?

Justificaciones baratas

Sin liderazgos fuertes, los partidos, simple y sencillamente, dejan de ser órganos de interés público y se convierten en objetos de revisión general. Obvio: Una dirigencia sana, fuerte, robusta, respetable, que sabe a ciencia cierta hacia dónde va, es una guía irreprochable. No es, evidentemente, el caso de los partidos políticos de México y desde luego, no el de Chiapas, donde se amanece con pijama del Partido Verde, se desayuna con pastelitos venidos del PRI, se adereza el almuerzo con viandas del PAN, se merenda con cafecito de cualquier partidito mediocre y se acuesta con el PRD. Y no estoy hablando de prostitución política, que conste. ¿Es políticamente adecuado que los partidos, lejos de ser fuentes de confianza y credibilidad sean una especie de cloaca a dónde cae toda la porquería que se desecha de sus mismas filas?
“Se vota por el hombre, no por el partido”, es la justificación barata a la que se recurre para tratar de explicar la manía (que no es fenómeno, aclaro) de cambiarse de partido cada vez que el político no encuentra espacio para sus ambiciones. Otra anotación: Un político serio, responsable, jamás debe tener ambiciones; tendrá aspiraciones. La justificación, entonces, no solo no tiene lugar, sino que descalifica de tajo la moralidad de las rémoras que se interponen entre lo abstracto de sus explicaciones y lo aparente de sus intenciones. Habrá, quizá, uno entre mil que pueda ser merecedor de la aplicación de tal justificación. De nuevo, la partidocracia se queda sin elementos de descargo y se hunde en la mediocridad de sus promotores.
En esas circunstancias, los partidos, al dejar de pertenecer al círculo de poder inmediato, dejan de ser los representantes legítimos de la sociedad y se convierten en simples portadores de los peores males que ponen en riesgo a nuestra enclenque democracia. Ello nos obliga a preguntarnos: ¿Debe volver la partidocracia? La respuesta es no. Ha muerto de muerte por estupidez y es menester que así se quede. Además, la “dedocracia parlamentaria”, no parece estar dispuesta a ceder su “logro” frente a dirigentes torpes que han merecido lo que ahora tienen: Partidos con más ambiciosos que militantes, con más depredadores que inteligentes. Y no ha sido por mera casualidad, sino porque, en su infinita inmoralidad partidista, los líderes de esos partidos, iniciaron un intercambio de escombros y desechos que ahora, parecen estar a disponibilidad para sepultarles para siempre. Así será si no despiertan a tiempo… Los militantes convencidos y honrados, claro está.

Tarjetero

*** Con toda la discreción del mundo, Norberto Sántiz, exalcalde de Oxchuc, fue absuelto de los cargos que le imputaron durante el pablismo. Es de destacar en ese caso, el trabajo del abogado Gabriel Soberano Velasco. Ampliaremos sobre el tema. *** Luego nos leemos.
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