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Perorata repetida, la de EPN

Artículo Único
Angel Mario Ksheratto

Despedida arropada al señor de los fracasos.
¿Informe? No; fue un repertorio de mentiras repetidas hasta el cansancio: Que ya estamos en el club de los países ricos, que somos de las primeras economías, que ya somos democráticos, que la violencia dejó de existir, que se combatió la corrupción… en fin, nada nuevo que no se haya escuchado a lo largo de seis interminables años en los que el país, se tiñó de sangre y vio aumentar, por millones, el número de ciudadanos en pobreza extrema.
Aun cuando el presidente Enrique Peña Nieto hubiese dicho un par de verdades, es imposible creerle; sus cifras contrastan terriblemente con la realidad, lo que le hace ver como un mandatario que fracasó en su intento por dejar un país distinto al que recibió.
Fueron seis años perdidos; seis años de turbulencias políticas y sociales, que al final, obligaron al electorado a votar por otra opción. De hecho, destacados militantes de su partido, el PRI, le culpan a él de la derrota, ese descalabro que llevó al otrora invencible partido, a ocupar la tercera y cuarta posición en el tinglado político nacional.
¿Qué llevó a Enrique Peña Nieto a ser el presidente con la menor aprobación en la historia reciente del país? En primer lugar, está su indiferencia hacia los actos de corrupción en los que incluso, su esposa Angélica, estuvo involucrada, con el famoso y no resuelto tema de la “Casa Blanca” y otros excesos que indignaron a los mexicanos.
En ese contexto, impulsó, protegió y mantuvo a salvo de la persecución judicial a varios gobernadores, amigos suyos, acusados de notorios y escandalosos actos de corrupción; mantuvo en el cargo, contra todas las corrientes, a secretarios de Estado que claramente no hicieron bien su trabajo y tuvo un comportamiento errático en temas delicados como las matanzas, desapariciones forzadas, asesinatos de alto impacto y otros delitos que ensangrentaron al país.
Por otro lado, desoyó recomendaciones de organismos internacionales para resolver la crisis de inseguridad y sus daños colaterales y dejó de atender prioridades, como la lucha contra la pobreza, dejando las carteras relacionadas, en manos de funcionarios corruptos e inescrupulosos. Rosario Robles, quizá sea el icono de la corrupción que se negó a combatir.
En materia económica, no hay un solo logro a favor de los mexicanos; habló de macroeconomía, pero olvidó reconocer que hoy, el peso está por cielos frente al dólar y que un kilo de tomate, vale el doble que en el año 2012. Tampoco reconoció que hoy, estudiar en una escuela pública, sale más caro que en una privada y que sus reformas educativas, con todo y las buenas intenciones, ha sido el más grande fracaso —junto con la energética—, de su administración.
Imposible hablar de avances en materia de justicia en México. Las adecuaciones a los procedimientos penales, solo han favorecido a los delincuentes y hundido a los inocentes. Hay más presos inocentes en las cárceles, que criminales. Y en un porcentaje importante.

El único logro que habrá tenido, es haber conseguido la asistencia a su último informe, de los representantes de casi todos los sectores; Ni en su primer informe, ni en su toma de protesta, hubo la convocatoria que alcanzó en su postrer estertor público. Esto, en el fondo, podría ser un mensaje en clave para su sucesor, que llega a regañadientes de los empresarios, líderes religiosos, representantes de partidos, altos militares…
Una advertencia de la clase poderosa, un llamado a la cordura para el presidente electo, que no fue convidado a un acto de lucimiento y despedida. Porque los asistentes, no fueron indiferentes con él. Lo apapacharon, lo cobijaron, lo tocaron. Y no como quien toca a un muerto, sino como si recién hubiese nacido, como si hubieran asistido a su toma de posesión.
Y como dejar en claro el mensaje, se aplaudió espontánea y largamente a las Fuerzas Armadas, la Marina y cuerpos de policía, leales por décadas, a la derecha y la ultraderecha mexicana, a los tecnócratas y a los empresarios, industriales, neoliberales, dirigentes católicos y toda la clase política tradicional… A la que también pertenece Andrés Manuel López Obrador, lo que no debería preocuparnos demasiado.
Fue, en síntesis, un discurso maquillado en extremo; una perorata repetida, quizá en un intento por convertirlo en verdad irrefutable, verdad histórica. No hay nada que celebrar; nada que aplaudir, nada que destacar como bueno. Hay sí, reclamos. Reclamos del pueblo mexicano de a pie. De los que no fueron invitados a un acto protocolar sin más verdad que el fin de un periodo accidentado. Así tenía que ser.
Pd.: De tres gobernadores chiapanecos, ni uno fue visto en ese evento.

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