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Los frentes fríos de Meade y el desplante a doña Rosy


Crónica


Angel Mario Ksheratto
Solícitos, dos hombres y una mujer con radios portátiles, metieron a doña Rosy hasta delante de la primera fila de los invitados especiales, donde también estaban funcionarios de gobierno emanados del Partido Verde; para que no estorbase, hicieron a un lado a cuatro de los seis niños que acompañaban a otra mujer y colocaron a dos señoras más, detrás de la silla de ruedas en la que llegó doña Rosy.
Sobre las gradas a donde suelen sambutir a la plebe acarreada, la gente se arremolinaba y gritaba consignas a favor de José Antonio Meade Kuribreña, reunido en el Centro de Convenciones —frente al inmenso coliseo—, con otros sectores interesados en escucharle.
—¡Dile a la gente que baje esas banderas verdes! —ordenó un hombre regordete a la maestra de ceremonias que arengaba a la concurrencia—. Era clara la superioridad de banderas de ese color, frente a los escasos globos rojos que portaban los priístas, sentados en la parte baja y una sola sección de arriba. La respuesta de los militantes del PVEM, fue inmediata: redoblaron la repartición de banderas verdes, ahora donde estaban los priístas.
Muy pocos priístas de abolengo; la mayoría, los mismos de toda la vida, los que no han abandonado nunca, esas filas, a pesar de la crisis de credibilidad a la que han arrastrado a ese partido, quienes han usurpado sus siglas. Atrás quedaron los años en que el PRI, presumía el músculo social que frente a Meade Kuribreña, mostraron los del partido gobernante en Chiapas.
—¿Quién dice que viene, pués? —preguntó doña Rosy a una de las mujeres cerca de ella, a quienes, claramente, no conocía—.

—¡El candidato! —respondió la que dijo tener seis hijos—. Pero saber qué candidato, porque yo soy del Verde y éste que viene, creo que es ese mentado “Peje”… ¡Ya ni sé que putas!
Las cuatro soltaron una carcajada franca.
—¿Quién las trajo a ustedes? —pregunté—.
—A mí, el diputado Carlos Penagos —explicó doña Rosy, cuidando de no botar una bolsa plástica transparente en la que se veían algunas cebollas, tomates y tres huevos—.
Otra dijo que fue llevada ahí por “un licenciado que trabaja con el diputado Eduardo Ramírez” y las otras dos, comentaron que las habían escogido sus dirigentes de colonia —por ser las más necesitadas—, para que las viera de cerca el candidato… “Chance y les de sus 200 pesos”, dicen que les dijeron.
El edecán del Congreso, mientras tanto, corría para todos lados, ayudando a poner orden entre las sillas. Ya cargaba y repartía banderas, ya acomodaba gente, ya ayudaba a tomar fotos a quienes se lo pedían. Jueves, día de sesión de los diputados y parte del personal del Poder Legislativo, en tareas partidistas.
Más allá, frente al atril donde se habría de parar Meade Kuribreña, los priístas eran dueños y señores del espacio, cada vez más abarrotado; tendrían la fortuna de ver de cerca a su candidato y con suerte, de tomarse la consabida selfie que tanto gustan al aspirante presidencial.
Los secretarios de Educación, Turismo, Trabajo, Infraestructura Escolar, repartían saludos y abrazos; en el equipo del candidato, privaba el desorden. Y recurrían a la prepotencia para hacerse respetar entre ellos. Diputados y alcaldes, aprovecharon para hacer alguna petición olvidada a los funcionarios que se mostraban accesibles, sonrientes y dadivosos.
Entre la muchedumbre de la parte alta, una figura resaltaba; era Eduardo Ramírez, saludando de manos a los acarreados, que llegaron de diversos municipios, en autobuses alquilados y cientos de taxis que quedaron estacionados frente al Polyforum. 

De José Antonio Aguilar Bodegas, Roberto Albores Gleason y Luis Armando Melgar Bravo, los otros aspirantes por el Verde y el PRI, ni sus luces. Debían estar en el Senado —los dos últimos—, para votar la Ley de Seguridad Interna, mientras que el primero, andaba de gira con un grupo de pablistas, en alguna parte de Chiapas.
Cuando los de seguridad de Meade y un grupo de voluntarios armaban a duras penas una valla para facilitar el arribo del aspirante priísta, doña Rosy sonrió nerviosa. Pidió a una de las señoras que tendrían el honor de ser saludadas por el priísta más encumbrado, poner su bolsita de verduras bajo su silla; se tronaba los dedos con mayor ansiedad, conforme el perímetro se ampliaba, quedando ellas, en primer plano.
Todos los ojos puestos en esa parte del teatro… José Antonio Meade Kuribreña, ya estaba en el centro del enorme templete, cuando la gente se percató. Ni los maestros de ceremonias tenían idea que el candidato, estaba a sus espaldas.
El griterío se desató. Ensordecedor. Pidió un grito a los priístas. Otro a los del Verde. Ganaron los segundos.
El discurso fue breve. Insustancial, desabrido, aburrido. Nada nuevo, nada novedoso que no haya sido una frase que reprodujeron los medios nacionales: “Los frentes no nos van a dar frío”, en clara referencia a Frente formado por el PAN, PRD y MC y al de MORENA, PES y PT.
Quienes esperaban un discurso esperanzador, fluido, cálido, se quedaron con las ganas. No le puso emoción, ni le dio profundidad a temas torales del país. Hubo más bien, soledad y desdén.
Ningún líder partidista con él en el templete; ningún correligionario a su lado. Solo su esposa y el séquito de guaruras ocuparon una esquina del escenario teatral, hasta donde llevaron a una mujer ataviada con traje típico. Fue al final, una despedida desangelada. Algunas fotos con los asistentes más cercanos y una salida improvisada, por la parte de atrás, por donde también salieron los pocos que fueron convidados a tocarle.
Las cuatro mujeres “invitadas”, se fueron de a poco, con la cabeza baja. Un joven voluntario, ayudó a doña Rosy a salir del recinto. Quienes le llevaron, se habían esfumado, igual como se esfumó la ilusión de ser saludada por quien aspira a ser el presidente del México hundido en la miseria, pero rebosante de promesas banales, acarreos y políticos superficiales, indiferentes.
Si los frentes no le dan frío al candidato priísta, a su discurso lo ha enfriado su ausencia de carácter y la pobreza de sus propuestas.

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