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Nada personal


El "cafetómano" mayor... Descanse en paz.
El periodista debe ser, siempre, como un lobo solitario”, solía decir cuando se refería a sus constantes declinaciones a participar en organizaciones gremiales y aún, cuando se le invitaba a un festejo cualquiera. No lo decía ni actuaba por egoísmo porque siempre fue un hombre generoso y sabía además, socializar con la manada. Hasta no hace mucho entendí su filosofía y supe entonces que el periodismo es como el poder: simple y llanamente, se ejerce con determinación, sin dependencia alguna, sin miedo y sin protagonismos personales.
Fue, Pepe Figueroa, un practicante de sus ideas. Casi doctrinas que fue cincelando a lo largo de su carrera periodística, sin aspavientos y sin quejas por los obstáculos que ponían en su camino para acallarlo. Cuando recibía amenaza alguna por sus escritos, respondía con una columna más severa y documentada; nunca gimoteó ni escribió con lágrimas y manoteos, advertencias contra quienes intentaron quebrantar su espíritu libertario.
Cuando cierto político le llamó enfadado para reclamarle un apodo que le había puesto (en eso era todo un genio; más de la mitad de sobrenombres que tienen muchos políticos, se los impuso él), le hizo caso. No por miedo, sino
para ponerle un apodo más sutil, con el que hasta el día de hoy, se conoce a dicho personaje. El político en cuestión, optó por no mantener su reclamo, a riesgo de recibir otro más devastador.
No sé si Pepe fue más periodista que ser humano o al revés. Lo conocí en la cantina “Las Américas”, allá por el rumbo del antiguo parque “5 de Mayo”; estaban Conrado de la Cruz, Romeo Ortega López, Juan de Dios Domínguez, Chilo Aguilar, Leonel Palacios, Carlos Eroza, Che Luis Cancino, Fernando Alegría Ramírez, Amet Flores Menéses, Pepe Figueroa, Pancho Núñez, Idelfonso Trinidad, dos locutores cuyos nombres no recuerdo (Anza y Samayoa, se apellidaban), y otros colegas más que se escapan de la memoria.
Había el exgobernador Absalón Castellanos Domínguez, ofrecido un desayuno con motivo del “Día de la Libertad de Expresión” (cuando los gobernantes respetaban y valoraban el papel de los medios de comunicación) y al final del evento, fue Amet Flores quien se acercó y me invitó a seguirle “al convivio de los hombres”. Desde entonces, la amistad con Pepe, se volvió hermandad.
Le conocí como quién era y cómo era. Trabajamos juntos y convivimos infinidad de veces en “La Poblanita”, “Río Bravo”, “La Oficina”, “El Gitano”, “San Remo”, “La Casa de Ladrillo”, “Yardas”, “El Ché Garufas”, “Lesdy Rock”, “Alí Babar”, “El Noveno Piso”, “Tío Lipe”, “Tequilas”, “Huarachis”, “El Ron-Ron”, “La Pelona”, “Bar-citas”, “El Chipi-Chipi”, “El Quijote”, “Coyote Country”, “El Callejón 98”, “La Barca de Oro”, “Buenos Aires”, “El King-Kong”, “La Tía Meche”, “Doña Mary”, ¡vaya, hasta en cantinas de Patria Nueva, Terán y Las Granjas!
Las últimas veces que nos vimos, insistía en que juntos, escribiéramos un libro de anécdotas; “ya tengo un chingamadral de pendejadas, juntémoslas”, me decía.
Quedamos de empezar a ordenarlas en noviembre del 2013. Nos reunimos a finales de ese mes en el “Café Avenida”; hablamos de mil cosas, menos del proyecto. Cuando nos despedimos esa noche, me dijo en son de reclamo:

—Pinche Chato, por andar hablando pendejadas de estos políticos de mierda, ya no nos pusimos de acuerdo… Pero en enero, cabrón; ¿ya tenés algo redactado?

—Como 30-35 anécdotas…

—¿De nuestras putas también?

—¡Pinche Pepón! Hasta donde recuerdo no hemos echado trago con señoritas de la caridad ni con monjes tibetanos —le respondí—. Desternillamos y cada quien tomó su camino. Se fue de buen talante. Recordé la tarde —años atrás— que junto con Juan Rueda Aguilar, entonces secretario de Organización del PRI, lo bajamos del tercer piso de la oficina de ese partido (cerca de la Casa de Gobierno) casi a rastras. Le había dado un ataque hepático, según nuestros cálculos de carniceros. Rueda Aguilar y yo, menuditos, flacos y Pepe, gordo. Tardamos como 45 minutos hasta que un desconocido nos ayudó incluso, a subirlo al carro de Rueda, quien se lo llevó al hospital. Se recuperó y esa noche de noviembre del 2013, andaba tan sano como un mozuelo.
Los rumores de su muerte, me cayeron en gracia. Era el Día de los Inocentes y lo tomé a broma; no fue sino hasta que Fredy, su colaborador cercano, me habló para informarme del suceso. No le creí. Había, inicialmente, pensado que alguien de mala fe, quería hacer sorna de tan singular personaje; cuando me lo confirmó su asistente, llegué a creer que la broma provenía del mismo Pepe, pero minutos más tarde, otros colegas y algunas amigas comunes, asistentes del mismo lugar donde solíamos convivir —Pepe tenía algunos años de ya no beber alcohol—, me confirmaron la noticia.
Entendí que había perdido a un amigo; a un cómplice, un alcahuete, a un hermano…
Hoy se cumplen tres años de su partida. Se le extraña. Pero lo que no debe extrañarnos es que allá está ocupado (aunque descansando paz), poniendo apodos; a Jesús le habrá puesto ya, “Señor de las Hamacas”. A San Pedro, “Motitas”; a San Juan, “Samanta”. A los arcángeles, “Cuijas”; a María Magdalena “Chechenka”. A Judas, “El Nazareno”; a Baltazar, “Zanja Negra”… Recuerden: “No es nada personal.”

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