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El cadáver largamente esperado


Angel Mario Ksheratto



► Atizando el infierno que se viene sobre Cuba 
► Virtudes y crímenes de un revolucionario


Fidel Castro, el líder guerrillero que fracasó para imponer el Estado Socialista en América Latina.
(Foto tomada de CubaDebate.)

La de Fidel Alejandro Castro Ruz, ha sido una muerte muchas veces pospuesta; tantas, que los cubanos dentro de la isla tardaron horas en expresar sus reacciones emocionales, pese a que desde la noche del viernes, Raúl, el hermano menor y sucesor del cadáver largamente esperado, había anunciado oficialmente el deceso. De Castro no se puede hablar ni escribir, sin reseñar su personalidad y liderazgo, pero también, sin mencionar sus crímenes y la intolerancia con que sometió a sus compatriotas.
Toda historia personal —especialmente de hombres de la talla del líder cubano— tiene sus lados claros y obscuros y más, cuando está de por medio la lucha por el poder político y económico de una nación. Nadie ha desestimado las virtudes del único latinoamericano que confrontó, durante décadas, a casi una docena de presidentes del país más poderoso del mundo y sobrevivido a más de 630 atentados, según sus allegados.
Tampoco ha habido recato de sus detractores para re-enlistar
los asesinatos, encarcelamiento, persecución y desaparición forzada de miles de cubanos que no compartían su estilo de gobernar o sencillamente, porque pedían mejores condiciones de vida y, por supuesto, más libertades civiles.
Polémico, audaz, irreverente. Cuando en 1980 el expresidente James Carter consintió el ingreso de 125 mil cubanos a territorio estadounidense, Castro permitió la salida del territorio a miles de criminales y enfermos mentales; deshabitó las cárceles y manicomios. Tanto Carter como algunos gobiernos europeos, creían que el llamado “Éxodo de Mariel”, debilitaría al régimen castrista, pero tarde descubrieron que en realidad, solo ayudaron al dictador a deshacerse de gente indeseable e improductiva para la dictadura. A los airados reclamos, Castro se limitó a responder: “Querían cubanos, cubanos les mandamos”. Incluso, le sirvió para mostrar al mundo que en su gobierno, había tal libertad, que las cárceles estaban vacías y eran los cubanos tan sanos y cuerdos, que en las calles de La Habana, no circulaba un solo loco.
Más que un estratega de medios, supo manipular incluso, a los medios que sistemáticamente le atacaban, principalmente de Estados Unidos. Era frecuente ver interminables entrevistas y reportajes sobre él en las grandes cadenas de televisión gringas y los periódicos de mayor influencia, generalmente, elogiándole en exceso, contra los intereses del gobierno norteamericano.
De esa forma, logró atraer al abrevadero de sus grandilocuentes discursos a escritores, poetas, filósofos, artistas, políticos, actores y deportistas de todo el mundo, quienes de una u otra forma, se convirtieron en una especie de voceros iluminados, cuya inatacable voz no podía ser contestada por ningún mortal. Uno de los escritores españoles más fecundos, Ignacio Ramonet, lo describió como muy «íntimo. Casi tímido. Muy educado. Escuchando con atención a cada interlocutor. Siempre atento a los demás, y en particular a sus colaboradores. Nunca le oí una palabra más alta que la otra. Nunca una orden. Con modales y gestos de una cortesía de antaño. Todo un caballero. Con un alto sentido del pundonor. Que vive, por lo que pude apreciar, de manera espartana. Mobiliario austero, comida sana y frugal. Modo de vida de monje-soldado. Su capacidad retórica, tantas veces descrita, era prodigiosa. Fenomenal. No hablo de sus discursos públicos, bien conocidos. Sino de una simple conversación de sobremesa. Fidel era un torrente de palabras. Una avalancha. Que acompañaba la prodigiosa gestualidad de sus finas manos.» (Artículo publicado en www.cubadebate.cu)
Es claro que la figura de Fidel Castro, se gesta en la concepción de una revolución contra la dictadura de Fulgencio Batista (del que es inevitable hablar cuando se habla de Fidel, puesto que cada opresor construye a su propio carnicero), a quién se atribuyen miles de muertos en su intento por preservar el poder político de la isla, controlada económicamente por unos cuantos empresarios norteamericanos.
El carisma del entonces líder guerrillero acapara la atención, especialmente de los cubanos; pero en las entrañas del movimiento, aplicaba todas, o casi todas, las normas de Maquiavelo, contenidas en su famosa obra “El arte de la guerra”: severos castigos a los milicianos, austeridad extrema, fusilamientos ante la menor sospecha de disidencia interna, disciplina extrema, excesivas tareas, faenas extenuantes. Ya como gobernante, impuso otra de las reglas de Nicolás Maquiavelo: rendir a los cubanos por hambre y no por las armas, salvo en casos que ameritaron el asesinato colectivo, institucional y a mansalva.
Pedro Arencibia Cardoso, matemático y opositor al régimen de Castro, afirma desde Madrid, España, que durante “la tiranía de Fidel (éste) ha matado y provocado la muerte de más de 10 mil cubanos”. En el ensayo “Fidel, el peor de todos”, Arencibia Cardoso asegura que durante los primeros años del régimen castrista, murieron más cubanos que durante la guerra de independencia en 1895. Por su parte, la organización “Archivo Cuba”, documentó, con nombres, fechas y método de ejecución, 8 mil 190 asesinatos cometidos por las fuerzas castristas. De éstos, 5 mil 775, fueron ejecuciones directas, mil 234 asesinados extrajudicialmente y 984 presos políticos eliminados dentro de sus celdas. Famosa ha sido la fotografía donde junto con Ernesto “El Che” Guevara, se preparan para fusilar a un hombre.
María Werlau, directora de dicha organización, aclaro que los crímenes de Estado en Cuba, podrían ser muchos más y detalló que todas las víctimas pasaron primero por juicios sumarios. Otras organizaciones antagónicas a Castro, han calculado el número de asesinatos de 1959 hasta 2008 — cuando entregó el mando, de manera dinástica a su hermano Raúl, cinco años menor que él—, en más de 20 mil, sin incluir a los muertos y desaparecidos “accidentalmente” en mar abierto, en su intento por escapar de la isla. (Se calcula que la cifra de balseros muertos y desaparecidos está entre los 55 y 70 mil.) Y confirman que en Cuba, 112 delitos tienen como sentencia la pena de muerte, incluyendo uno aplicado a las prostitutas que pudiendo haber obtenido información de un sospechoso de sedición, no lo hicieran y no haber informado a la policía de sus desconfianzas.
Llama la atención que a pesar de las cifras y pruebas, los crímenes de Castro, permanecen como “secreto de Estado”. En Cuba es comprensible que así sea, porque la dinastía y sus colaboradores así lo han ordenado. Pero de éstos, el gobierno de Estados Unidos, su principal enemigo, también tiene evidencias y ha guardado silencio absoluto. ¿Qué hay detrás del ocultamiento de la verdad?
Richard Nixon —expresidente de Estados Unidos, destituido por el escándalo del Watergate y promotor del endurecimiento de las medidas de restricción económica contra Cuba—, deja entrever en el libro de su autoría “La verdadera guerra (La tercera guerra mundial ha comenzado)”, las razones “diplomáticas” por las que tanto los Estados Unidos como la antigua Unión Soviética, se hicieron de la vista gorda ante las atrocidades de Fidel Castro: «La diplomacia a menudo requiere un intrincado y delicado equilibrio de ambigüedad (…) Se juega un juego complejo entre adversarios, un juego que entraña —o debería entrañar— la menor cantidad posible de adivinanzas (…) Las relaciones internacionales son, en cierto modo, como un juego de póker, de stud póker con carta cubierta» (Editorial Planeta, 1980). Nixon fue presidente seis años después de la crisis de los misiles entre la desaparecida URSS y EE.UU.
La Guerra Fría entre las potencias mundiales, recobró fuerza y vigencia con la instalación de misiles nucleares rusos en territorio cubano. El argumento de Nikita Jrushchov, líder del partido comunista soviético, fue la inminente invasión de tropas norteamericanas a Cuba, para derrocar a Fidel Castro, el primer presidente latinoamericano comunista, cuyo apoyo logístico, militar y armamentista de la Unión Soviética, jamás ocultó el líder guerrillero. El fin de esa crisis, fue un acuerdo a espaldas de Castro entre Jrushchov y John F. Kennedy: Rusia retiraría sus misiles, a cambio de que Estados Unidos no invadiere, nunca, a la isla. Fue la primera victoria internacional de Fidel Castro que a su vez, fue conminado por los líderes comunistas a apoyar y de ser posible, encabezar movimientos guerrilleros en América Latina.
Pero Castro fue mucho más allá. Argelia, El Congo, Angola, Siria, Etiopía, en el continente africano, recibieron apoyo suyo. Un excombatiente angoleño, asistente a uno de los aniversarios del derrocamiento de Anastacio Somoza Debayle por tropas irregulares del FSLN, en Nicaragua (o “victoria del sandinismo”, como se le ha llamado equivocadamente), contó en 1993 que cuando los soldados cubanos lograban una victoria contra los rebeldes que intentaban derrocar al gobierno comunista de Angola, solían gritar “¡Viva Fidel!” Los lugareños, que no entendía el español, asociaron la palabra “Fidel” con el término “Dios” y desde entonces en algunas tribus angoleñas, ¡Fidel es sinónimo de Dios!
Fidel Castro, se erigió por mérito propio en líder indiscutible del socialismo ruso en América Latina. Hay que hacer la clara distinción entre el socialismo francés, el español e incluso, el de la Polonia de Ryszard Kaczorowsky (fungió desde el exilio) hasta Lech Walesa, con el socialismo latinoamericano. Castro cometió un error imperdonable: arrastró a la izquierda a un laberinto de violencia del que nadie salió vivo. Ni el propio Che Guevara, su aliado quizá más importante en la historia como en la lucha real.
Con la salvedad de Nicaragua, que logró derrocar a Somoza, en el resto de países latinoamericanos, la revolución fue un fracaso, si lo vemos desde la vía armada. En la perspectiva diplomática, fue mucho peor.
En Bolivia, fue muerto el Che. Ahí no floreció el “Ejército de Liberación Nacional” ni el “Ejército Guerrillero Tupak Katari”, por mencionar a algunos; en Argentina, ni una célula del “Ejército Guerrillero del Pueblo”, prosperó ni ninguna otra organización de las ocho que existieron con el apoyo de Cuba.
En El Perú, los pocos guerrilleros bajo su mando (“Sendero Luminoso” y “Movimiento Revolucionario Tupac Amaru”), terminaron siendo terroristas despiadados que no obtuvieron respaldo popular y hasta hoy, siguen presos algunos de sus dirigentes. En Ecuador, la agrupación rebelde denominada “Alfaro Vive ¡Carajo!”, no tuvo más mérito que robarse la espada de Eloy Alfaro, auténtico revolucionario del que tomaron su nombre. No juntaron ni a 50 milicianos. En Venezuela, surgieron varias agrupaciones guerrilleras apoyadas por Castro, casi todas lideradas por un solo personaje, del que finalmente se supo nada de su trabajo guerrillero. Desapareció sin más. En Colombia, hubo amplio, determinado y descarado apoyo a las FARC, el ELN, el PRT y el M-19, cuyas células terminaron por sucumbir, salvo las FARC-EP que recién firmaron acuerdos de paz con el presidente Juan Manuel Santos. En Chile, el MIR (“Movimiento de Izquierda Revolucionario”), se convirtió en partido político. Igualmente en Uruguay, el MLN-T, es partido político y en Paraguay, el “Ejército del Pueblo Paraguayo”, aunque sigue activo, solo reúne a menos de 65 milicianos.
En México, el mismo Fidel Castro ha negado brindar apoyo a los grupos guerrilleros que han surgido. Su argumento es que “en agradecimiento” a la solidaridad del país durante su exilio, no le traicionaría apoyando grupos rebeldes. Sin embargo, el EPR, el ERPI e incluso el EZLN y otros grupos minoritarios de corte marxista-leninista, han bailado sobre el petate del ahora muerto Fidel Castro, con el que sin duda, seguirán asustando.
En esa tónica, las guerrillas de El Salvador y Guatemala, acordaron la paz; en Honduras, las “Fuerzas Populares Revolucionarias Lorenzo Zelaya”, terminaron en solo un grupo de vulgares asaltantes.
El fracaso de Fidel para instaurar gobiernos marxistas totalitarios, es más que evidente. Y no porque haya optado por la vía electoral como ha ocurrido con Bolivia (Evo Morales), Ecuador (Rafael Correa), Venezuela (Chávez y ahora Ricardo Maduro), Argentina (Néstor y Cristina Kirchner), Brasil (Lula da Silva y Dilma Rousseff), Uruguay (José Mujica) y Mauricio Funes, en El Salvador, por mencionar algunos de los más relevantes, La mayoría de los mencionados, lo lograron más por mérito propio que por ayuda castrista. Porque estaban en condiciones políticas favorables. De ahí se colgó Castro para sugerirles mandatos perpetuos como ya lo han decretado Daniel Ortega en Nicaragua y Evo Morales en Bolivia. En Venezuela, esa fue la idea de Hugo Chávez y es la que sostiene Ricardo Maduro. Dinastías dictatoriales aparentemente socialistas, absurdamente comunistas y tercamente izquierdistas.
Sería injusto negar que, junto con el Papa Juan Pablo II, Nelson Mandela, el Dalai Lama, Mikael Gorvachov, Lech Valesa, John Kennedy, John Lennon, Jacobo Arbenz, la Madre Teresa de Calcuta, Golden Mayer, Lázaro Cárdenas, James Carter, Winston Churchill, Gabriel García Márquez, Ronald Reagan, Salvador Allende, Martin Luther King, Gandhi, Che Guevara, Disney, Neruda, Mistral, Picasso, Pelé, Diana de Gales, Perón, Sartre, Indira Gandhi, Arafat, Simon Pérez, Pulitzer, Morricone y un largo, larguísimo etcétera, ha contribuido a un mundo mejor (aunque en casa haya sido total obscuridad), pero en la práctica, también hay que decir que puede ser comparado con Hitler, Mussolini, Franco, Somoza, Nerón, Jack el destripador, Ayatolah Jomeini, Donald Trump, Saddam Hussein, Jeruselsky, los George Bush, Charles de Gaulle, Lennin, Pinochet, Strossner, Stalin, Ríos Montt, Mao y hasta el Mocha Orejas, solo por mencionar a algunos de los carniceros de su talla.
Fue un extraordinario orador; magnífico controversista y mejor polemista. Gran conversador, según quienes compartieron su mesa. Su gran mérito fue encarar a los gobiernos estadounidenses, aunque quizá nunca supo que detrás de él, había un monstruo cuidándole las breves uñas.
Su legado es enorme, como grande es la expectativa para Cuba y los cubanos tras la muerte suya y el arribo de Donald Trump a la presidencia estadounidense. ¿Qué pasará? ¿Es el fin de la dictadura castrista? Muy probablemente, sí. Trump y Vladimir Putin, han sido sinceros en su relación…
Cuba podría ser ahora, moneda de cambio. Una moneda sin valor para Rusia, pero sí, para Putin y depreciada para Trump, que ganó la elección, gracias al voto de Florida, nido de millones de cubanos que luchan por el fin de la dictadura.
Y solo entonces talvez se cumpla el discurso de Fidel Castro: Igualdad para los cubanos. Retórica discursiva que solo fue efectiva dentro de un esquema surrealista. Y sí, todos los cubanos gozaron de igualdad: todos fueron, durante la tiranía castrista, igualmente pobres, igualmente perseguidos. Nunca hubo discriminación; negros y blancos morían por las mismas razones. Los “discriminados” fueron los hermanos Castro y uno que otro militar leal.
El cadáver fue cremado ipso facto, como atizando el infierno que se ve venir.

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