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Violencia e inseguridad


Niños, víctimas de la violencia. 
Cualquier parámetro sobre la violencia en el país, está, por mucho, rebasado; el repunte de ésta es de escándalo y más, porque ninguna de las estrategias para combatir la criminalidad, ha dado resultados positivos. El discurso oficial ha estado a contracorriente de la realidad. La cifra de muertos aquí, supera holgadamente las estadísticas con respecto al número de víctimas en países en franca guerra.
A todos nos ha horrorizado la imagen del niño ejecutado en brazos de sus padres, en Oaxaca; la de la niña de 14 años, abatida junto con su padre, ahí mismo, en Oaxaca y la menor de 12 años, muerta durante un enfrentamiento entre el ejército y un grupo criminal en Tamaulipas. La primera reacción es culpar al gobierno. No ha sido eficiente ni ha tenido capacidad para hacer efectivas las leyes.
Tampoco ha tenido voluntad para terminar con la corrupción, convertida en la columna vertebral, en el motor de todos los males del país. El mismo presidente de la República y sus más cercanos colaboradores, se han visto envueltos en escándalos de corrupción, acciones que a pesar de la condena popular, no se han corregido. Han, eso sí, enredado más la madeja con explicaciones insulsas, endebles e insensibles.
¿Cómo esperar que la violencia cese si no hay voluntad gubernamental para limpiar primero la casa por dentro? ¿Cómo confiar en un gobierno débil, deshonesto y frívolo?
Mientras persistan la corrupción y la impunidad, seguiremos viendo imágenes lamentables, dolorosas y vergonzantes como las que hemos visto, cuyos protagonistas son niños inocentes. Ninguna programa, ninguna estrategia sería eficaz, en tanto el gobierno no asuma plena responsabilidad en el combate al más grande mal de México.
Se ha hablado en demasía del sistema denominado “Mando Único” para las corporaciones policíacas. No es, desde el punto de vista que se le quiera ver, una estrategia confiable. No tiene reglas claras de operatividad y carece de objetivos cumplibles a corto plazo. Digo “corto plazo”, porque la erradicación de la violencia, es de urgente resolución. No se pueden postergar las garantías de seguridad para los mexicanos.
No es, el tema de la seguridad-inseguridad, cuestión de prueba y error. Es asunto serio y por lo tanto, serías y contundentes deben ser las acciones que se deban tomar.
Decir que la espiral de violencia que hunde al país está focalizada o es aislada, es admitir incapacidad para reconocer la gravedad del asunto. Lo peor es utilizar medios poco convencionales para hacerlo, puesto que ello, solo profundiza la desconfianza en las instituciones, sumidas en la corrupción.
La crisis de inseguridad, se está extendiendo peligrosamente a estados donde anteriormente, había relativa calma. Entidades cuyas estrategias locales venían funcionando, pero que ahora, empiezan a sucumbir ante el embate generalizado del llamado crimen organizado.
Para el presidente Peña, por desgracia, parece no ser un tema de interés oficial. La indiferencia con que ha tratado de abordarlo refleja por un lado, desconocimiento absoluto de mecanismo adecuados y efectivos para contrarrestar el poderío de los grupos al margen de la ley y por otro, ausencia de voluntad para establecer pactos eficaces de cooperación con las entidades federativas, principalmente con aquellas donde la violencia se ha desbordado descomunalmente.
El Mando Único, no ofrece ninguna garantía. No está diseñado para primero, anular los signos de corrupción policial. Es en sí, una medida desesperada que no abonaría nada a la solución de la crisis. Debe repensarse en un modelo de policía más amplio.
Y debe, el presidente de la República, buscar a los mejores elementos para estar al frente de ésta. Los actuales, han demostrado poca capacidad; han sido, básicamente, cómplices de quienes rompen las reglas de buena convivencia entre los mexicanos. Así, sencillamente, no se puede garantizar la tranquilidad de los ciudadanos. ¿Tendrá Enrique Peña Nieto el interés, la voluntad, la capacidad para hacerlo?

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