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Chuchos y emperadores


¿Triunfará la razón?
La analogía podría resultarles burda, de poco valor argumental, pero en el sentido estrictamente metafórico, reúne los elementos para considerar que entre los personajes a los que atraigo para éste escrito, hay semejanzas que, no por ser similares, son todas bondadosas. Jesús Arriaga fue, en el siglo XVIII, un legendario delincuente mexicano que, se dice, robaba para repartir el botín entre los pobres. A pesar que sus atracos los llevaba a cabo con extrema violencia (se cuenta que la profesión de bandido la abrazó para vengarse de un terrateniente que lo envió a la cárcel), era éste un criminal muy apreciado y admirado por la gente.
Es fácil identificar las razones por las que aquel peculiar héroe gozaba de popularidad y respeto. Su estilo robinhudesco, le generó simpatías por todas partes y no era para menos. La pobreza de los mexicanos en ese siglo, por cierto, era como la de hoy y los políticos, no han cambiado en lo absoluto.
La distancia in tempore, si se habrán dado cuenta, es abismal. No así los hechos y tampoco, los efectos de aquellos y éstos. La explicación que uno de los dos de los personajes de la actualidad chiapaneca han dado a sus alcances financieros, se apega —solo por momentos— a las que en su época, Jesús Arriaga ofreció a quienes pudieron escucharle: la repartición entre los necesitados.
Eran los años aciagos del porfiriato y la gente, si bien ansiaba un cambio, las condiciones de sometimiento absoluto, le impedían manifestar sus ideas y deseos. Por tanto, el afamado criminal, no optó por promover cambios políticos y sociales entre sus seguidores. Hoy, el “cambio” es lo que mueve a nuestros personajes que, atorados en las tecnologías impensables en el siglo XVIII, son víctimas y victimarios, héroes y villanos, dependiendo del color y los intereses que defiendan.
A Fernando Castellanos Cal y Mayor, alcalde electo de la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, lo pillaron hace algunos años con una maleta repleta de dinero, cuya explicación de su procedencia y destino ofrecida por él, no acaba de satisfacer a sus adversarios políticos. A su principal contrincante, Francisco Rojas Toledo, lo grabaron dos veces, recibiendo dinero de parte de un presunto empresario y tampoco ha convencido a muchos sobre el asunto.
Los seguidores de uno y otro, exigen —con justa razón— respeto, paz y un cambio real. Pero, ¿es posible un cambio si tenemos políticos que no se ajustan al perfil de honestidad, sensatez, pulcritud y transparencia? ¿Debemos defender a uno u otro aun cuando no nos garantizan honradez para la administración pública? El cambio que la sociedad chiapaneca requiere en realidad, incluye a los políticos que no ofertan probidad y tampoco gozan de cabal integridad. Me parece una locura defender lo indefendible y lo peor: arrastrar a la sociedad al fango de las pasiones sin sentido.
Veo a Guido y Luigi Farabutto apostados en cada uno de los extremos; divertidos ambos, viendo como los seguidores de Paco y Fernando, compiten por aclamar el ropaje de cada uno. Veo además, que los vehementes prosélitos de éste y aquel, se habrán dado cuenta que ambos, ¡van desnudos! Lamento decir que no veo al niño valiente —con la inocencia como don para sacar al pueblo del fanatismo—, que exclame que los emperadores, han sido estafados por los hermanos Farabutto. (Cómo dato histórico, el danés Hans Christian Andersen, autor de “El traje nuevo del emperador”, es contemporáneo de Jesús Arriaga.)
Lo anteriormente dicho, obliga a la reflexión sobria, profunda, perspicaz si se quiere. Pero alejada de extremismos disfuncionales. Ninguno de los dos es “Chucho el roto”, pero sí, tienen parecido inconfundible con el emperador de Andersen. La similitud con el proverbial asaltante es, a secas, meramente retórica porque nadie ha jurado ser beneficiario del botín… Y con el emperador, es real, puesto que la desnudez, legitima la falta de filosofía en dos movimientos que carecen de espontaneidad, digan lo que quieran argumentar en su defensa.
Ahora bien, entre chuchos rotos y emperadores desnudos, nos ha tocado elegir al menos malo; la autoridad electoral, con todo y sus nefastas acciones, ya dio un resultado que puede no gustarle a algunos, cuya moralidad ponen, ellos mismos, en tela de juicio al no intentar defender la honradez, sino el interés y la ambición. Si lo vemos con simpleza, nuestros “chuchos rotos”, lo son para los ricos. Nuestros “emperadores desnudos”, muestran sus carnes a la plebe, por razones que la verdadera democracia no entiende.
Si queremos un cambio verdadero, de fondo, cambiemos primero a nuestros políticos. (Desechémolos.) No podemos seguir dándonos golpes de pecho, con pecados ajenos. ¡Despertemos! ¡Ya hay alcalde electo!
ksheratto@gmail.com

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