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Crónica del renacimiento del PRI

Como en los viejos tiempos.
Fichero Político

Angel Mario Ksheratto


Durante 18 años permanecieron ahí, agazapados, silentes; como desaparecidos. Los últimos seis del priismo en el poder, pagaron con indiferencia el menosprecio de Ernesto Zedillo, el presidente impuesto por un Carlos Salinas de Gortari acorralado. Compacta, como ayer, la masa sospechaba de él por el asesinato de Luis Donaldo Colosio, cuando el difunto, se destetó de las viejas tradiciones políticas en el país.
Esa y no otra, fue la multitud que llevó al poder a Vicente Fox Quesada, producto final de un enojo colectivo, nacional. Esa misma, objetó las malas decisiones de la cúpula priísta y desoyó los ruegos, mentiras y lamentos de la izquierda cuando se optó por darle una segunda oportunidad al PAN, con Felipe Calderón a la cabeza del proyecto. Diez y ocho años esperando el regreso.
Las masas, las “fuerzas vivas”, como las llegó a nombrar Fidel Velásquez en los tiempos de apogeo invencible del PRI, reaparecieron en las polvorientas calles de éste municipio —Las Margaritas—, de cuyas modestas casas salían niños harapientos, mujeres sonrientes y hombres desenfadados a ver los ríos de gente que levantaban nubes de tierra sometida a golpe de pisadas.
Aquí, donde el zapatismo que llenó de vergüenza y oprobio al penúltimo presidente surgido del PRI antes de la debacle, los rifles de palo y los hombres encapuchados, estaban ausentes; el bastión no cedió a fuerza de balas, sino de cientos de vehículos y autobuses, decenas de helicópteros repletos de políticos de la vieja guardia, la odiada clase política que, indiferente a los colores y las ideologías, se volvieron parte de las “fuerzas vivas” que antes combatieron ferozmente.
Todo se asemejaba a un río turbulento: cientos que abandonaban sofocados la colosal carpa donde tendría lugar el evento —aburridos por la larga espera y el descontrol de algunos organizadores— y cientos que peleaban con agentes de la Policía Federal Preventiva y del Estado Mayor Presidencial, para poder ingresar.
Más tersos, menos prepotentes, los encargados de cuidar las entradas y salidas, daban instrucciones con afabilidad. Uno que otro incidente sin importancia, hijo quizá, de la costumbre de ser maltratados en ocasiones anteriores.
Cuatro, cinco, siete cuadras pavimentadas y de ahí, el camino de terracería hasta una especie de centro deportivo que mantiene como antesala, un inmenso terreno en el que se nota a primera vista, suele sembrarse maíz. Los grupos se compactaban por municipios, regiones, comunidades. Nadie se separaba de nadie.
A donde quiera que uno voltease, el tumulto de cabezas bañadas de polvo, era interminable. Nadie, por cierto, cargaba bajo el brazo la clásica torta o el refresco, parte del pago que otrora, era motivo de encendidos reclamos de los adversarios y críticos del sistema en manos del PRI. Pero una cosa es innegable: Dos de los personajes principales de la convocatoria, arrastran gente a raudales. Quiérase o no admitir.
Y ahí estaban. Enrique Peña Nieto, presidente de la República y Manuel Velasco Coello, gobernador de Chiapas, recibiendo el baño de pueblo, un baño que duró interminables minutos desde la entrada hasta el templete, donde gobernadores y secretarios de Estado, charlaban plácidamente o se batían a carcajadas estridentes.
El pasillo, de unos 250 o quizá 300 metros, repleto; gente de todos los estratos sociales, en férrea lucha por recibir de ambos mandatarios, un apretón de manos, un guiño de ojos, una palmada. Zigzagueantes, Peña Nieto y Velasco Coello, no dejaron un centímetro sin tocar a la gente, de ambos lados.
EL hambre, como factor único, hacía de las suyas; sirvió de catalizador para que el gobierno federal, los gobernadores, los alcaldes, sectores e instituciones, acudieran a un llamado, precisamente, para combatirlo, especialmente en regiones como aquí, en Las Margaritas, donde miles viven de la nada.
Inaceptable, la carencia alimentaria; lo reconoció el mismo gobernador Manuel Velasco Coello, ya de pie, frente a miles de hombres y mujeres, muchos de los cuales, quizá estaban en ese momento, sin haber probado bocado. “Es una tarea monumental que hoy nos une a todas y a todos los mexicanos más allá de ideologías y de colores partidistas, todos sin excepción, estamos obligados a dar un renovado impulso a la política social para erradicar los rezagos que lastiman a millones de mexicanos que carecen de los más indispensable”, dijo ante aquella multitud que aplaudía a voluntad.
Poco después, Enrique Peña Nieto, delineaba los cuatro ejes de la Cruzada Nacional contra el Hambre: Primera: esta cruzada tiene una orientación focalizada. Segunda: corresponsabilidad de todas las dependencias y gobiernos locales. Tercera: es una estrategia social que fortalece las capacidades productivas de las zonas de mayor marginación y pobreza. Cuarta: involucra la energía comunitaria y social de todos los mexicanos.
El renacimiento del PRI, no podía ser mejor. Asistencia masiva, discursos afines, necesidades mutuas…
Me quedo con la certeza personal que desde alguna rendija de cualquier ventana en no sé qué casa, dos ojos parapetados detrás de un pasamontañas, también participaban del regreso del poderoso PRI; siendo parte de su territorio, el Subcomandante, no creo que haya vencido la tentación de ver el renacimiento de sus adversarios. ¿Gancho al hígado? Puede que él y sus aliados, lo consideren “una provocación”.

Tarjetero
*** Es una grosería; la mejor muestra del profundo desprecio que por los pobres, siente el subcomandante Marcos. Desde luego, no fue una respuesta inteligente, responsable. A una convocatoria para paliar las duras condiciones de los pobres (muchos de los cuales viven en condiciones de sometimiento en “su” territorio), responde con un ademán que denota desprecio, mala educación. Erguir el dedo medio sobre los cuatro restantes doblegados, es el vulgar recurso de quien se ha quedado sin argumentos para debatir. ¿Sabrá el afamado Sup qué significa levantar el dedo medio? Por lo pronto, dejémoslo en un “jódete”… Para los pobres y hambrientos, de parte del Sup. *** Luego nos leemos.
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