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Medellín y Martí, las dos caras de la muerte

Fichero Político

Angel Mario Ksheratto


José Medellín, sentenciado a muerte por
un gobierno criminal; Fernando Martí,
asesinado por agentes de un gobierno
débil e incompetente.
Dos casos sacuden al país desde el fin de semana pasado: la ejecución de un reo mexicano en Estados Unidos y el secuestro y asesinato de un joven en la Ciudad de México. Los dos asuntos son profundamente indignantes, pero al mismo tiempo nos obligan a encontrarnos con dos realidades lastimosas y quizá, hasta cierto punto, nos coloque en la banqueta de las hipocresías. En Huntsville, Texas, José Medellín esperaba a la hora de redactar este texto, la aplicación de la inyección letal con que pagaría el secuestro y brutal asesinato de dos adolescentes en el país del norte. Le quedaban horas; hoy quizá ya esté muerto. Por otro lado, México entero, aplaudió la solitaria exigencia de un legislador priísta que, asaltado por la emoción tras el bestial asesinato de Fernando Martí, se pronunció a favor de aplicar la pena de muerte a los secuestradores. Dos reacciones incompatibles ante igual número de hechos que conmueven a todo el mundo y que de todas formas, nos dan un claro mensaje: Estamos enloqueciendo ante la brutalidad de los criminales, la pasividad de las autoridades y la ausencia de garantías para una sociedad que no reclama más que lo que en justicia le corresponde: Seguridad, seguridad y más seguridad.
Nos enfadamos con los Estados Unidos porque sentencia a muerte a criminales desalmados, pero aplaudimos a rabiar la declaración de Emilio Gamboa Patrón; condenamos al gobierno tejano por institucionalizar el asesinato y no hacemos nada porque en México los criminales tengan un castigo severo y justo por sus atrocidades. Hoy decimos que es una injusticia que se aplique la inyección letal a un mexicano que secuestró, violó y asesinó a sangre fría a dos inocentes niñas, pero al mismo tiempo pedimos que a los secuestradores y asesinos de Fernando Martí, se les queme con leña verde y a fuego lento. Es la locura colectiva que se ha apoderado de todos debido a la falta de seguridad, de certeza, de confianza en las autoridades locales.
Tuvo qué ser asesinado un joven inocente para que todos volteásemos hacia la falta de contundencia de las leyes en materia penal; personalmente, me opongo a la pena de muerte porque no es, ni ha sido, la solución para bajar los índices de criminalidad en los países donde ésta se aplica. Estados Unidos mismo es el mejor ejemplo que tenemos enfrente. Ahí la pena de muerte no ha inhibido a los criminales. Por el contrario, es el país donde hasta los adolescentes se dan el lujo de organizar matanzas colectivas y escandalosas. Lo que México requiere no son alteradas y rimbombantes declaraciones que solo subrayan el abismo entre pobres y ricos, entre privilegiados y olvidados. No solo la terrible y condenable muerte de Martí debe tomarse como asunto personal, sino los cientos de casos similares que han ocurrido en el país y que siguen en la absoluta impunidad. Tanto vale la vida de un joven prometedor, hijo de reconocidos empresarios, como la de cualquier otro ciudadano común y corriente. Ahí, yerran las autoridades.
Desde hace años, independientemente de las chifladuras del expresidente Fox, se viene intentando una reforma penal severa en el país; algunas cuantas modificaciones y de ahí no pasó, desafortunadamente porque el Congreso de la Unión se convirtió en la caja de intereses de los politiqueros que se negaron a aprobar las medidas punitivas que propuso en su momento Fox y que ha intentado empujar Felipe Calderón. No ha pasado nada, pero ahora se llenan la boca con pésames, maledicencias y declaraciones absurdas que no dejan lugar a más dudas sobre el comportamiento de fondo de diputados y autoridades. No hay peor castigo que el encierro imperecedero para los criminales de esa categoría. La cadena perpetua como sanción para éstos, sería lo ideal y por supuesto, aumentar las penas a delitos conexos y de otra índole que afectan la seguridad de todos. No tenemos otra alternativa. Y ¡claro!, que los administradores de la justicia no se corrompan, porque ese es otro de los graves problemas. ¿De cuántos criminales no hemos sabido que entran y salen de las cárceles a pesar de la amenaza que representan para la sociedad?

Tarjetero

*** Llama la atención que los cabecillas de Antorcha Campesina anden en lujosos autos mientras que sus seguidores tienen que caminar hasta sus casas. ¿Quién subvenciona a los emperifollados “dirigentes”? Por otro lado, hay qué preguntarnos dónde estuvieron metidos durante el sexenio pasado. O se escondieron por cobardes o se hicieron cómplices de la dictadura. La verdad es que solo utilizan la extrema pobreza de la gente que les sigue, a quienes han ofrecido tierras, casas y lujos. ¡Vaya con el negocio! Algunos de sus “dirigentes” viven como reyes. Eso no podrán ocultarlo jamás. Ha sido la triste historia de muchas de las organizaciones sociales. Por ejemplo, de los “líderes” de los años 80’s y 90’s, nadie queda. ¿Por qué? Sencillamente porque muchos viven holgadamente en sus ranchos, mientras que la gente que utilizaron para sus movimientos, siguen igual de jodidas. No dudamos que hay pobreza extrema y que mucha gente necesita por lo menos, los servicios básicos para sobrevivir, pero de eso a que solo sean utilizados para que unos cuantos se llenen los bolsillos de dinero, está difícil de entender. *** En el secuestro y asesinato del menor Fernando Martí, los implicados son policías; aquí, los mismos agentes de tránsito extorsionan y roban a los ciudadanos. ¿De quién tendremos qué defendernos? Ellos, los policías, tienen quien los defienda: sus propios superiores, quienes además, inventan condiciones deplorables contra las víctimas. Si Pepe Linar cometió alguna infracción, ¿por qué no lo consignaron? Sencillo: Solo querían su dinero. Ayer interpuso formalmente su denuncia y esperemos que los rufianes vayan a donde deben estar. Por eso estamos como estamos. La misma autoridad defiende a los hampones. Eso debe terminar. *** Para Ana Cristina, mi hija, que recién arribó a los 18 años, el mejor de los deseos. *** Luego nos leemos.
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