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Inseguridad, lastre de todos

Fichero Político

Angel Mario Ksheratto


Marcelo Ebrard, empieza a hartar
con su excesivo protagonismo y absurda
intransigencia.

“Propósitos electorales”, advierte la dirigencia nacional del PRI en la propuesta presidencial que pretende incluir a todos en la guerra contra la delincuencia; Beatriz Paredes Rangel va más allá de sus “sospechas” y coloca a su partido fuera del esquema que se busca construir para hacer frente a la ola de terror que las bandas criminales han implantado en México. Otros actores políticos, también han buscado pretextos para no comprometerse, al grado que se han expresado en contra de la aplicación de la cadena perpetua para secuestradores y homicidas. En la manoseada olla de intereses en que se ha convertido el tema de la inseguridad,
hasta los organismos defensores de los derechos humanos han metido su cuchara para llevarse una buena parte, privilegiando los intereses de los delincuentes y echando por la borda los de las víctimas, quienes aparte de no contar con el respaldo humanitario de dichos organismos, tienen qué enfrentar un sistema de justicia corrupto y una policía incompetente y brutalmente abusiva.
A la par de la guerra del crimen organizado contra el Estado y la Sociedad, hay una incomprensible guerra entre los políticos, cuyas principales bajas han sido ciudadanos inocentes; es perfectamente claro que unos y otros tienen sus muy particulares intereses, ya sea por la necesidad de los votos (en ésa lucha por los residuos de la putrefacción, evidentemente el PRI, junto con Marcelo Ebrard, la dirigencia nacional del PAN y algunas tribus del PRD, son los más visibles de los carroñeros), ya sea por alcanzar notoriedad mediática, ya sea por simple comodidad ante las circunstancias o ya sea por afanes tercamente protagónicos. Pero ni uno solo ha intentado anteponer los intereses de todos a sus deseos de grandeza y otros delirios. Así hemos visto a un dirigente de Acción Nacional tirándole a todos los que se mueven, sin tener, Germán Martínez, una propuesta cuerda y eficaz que coadyuve con un programa, por lo menos emergente, que frene la creciente ola de inseguridad. En contraparte, un Marcelo Ebrard que empieza a hartar a los mexicanos con su excesiva intransigencia por un lado y por otro, su falta de congruencia ideológica a la hora de hacer sus planteamientos. Y si buscamos el colmo de todo el refrito de obscenidades políticas que hemos estado viendo, podemos ver con perfecta claridad a Juan Camilo Mouriño, cuestionado Secretario de Gobernación, avalando las disparatadas posturas de su partido, el PAN, y blandiendo su espadachín contra cualquier propuesta que contravenga los intereses de la delincuencia misma y del grupo de poder al que pertenece.
Cierto es que la crisis por la inseguridad que sofoca al país entero, no es la primera ni la más grave que ha tenido México. Durante los tiempos en que gobernaba el PRI, dos eran las formas como se controlaban dichos estallidos. La primera: Pagar con jugosos contratos a empresarios –de medio pelo para arriba– para que testificasen ante los medios de comunicación, aparentemente influyentes, que el país estaba en calma y que los escandalosos actos violentos, eran “casos asilados”. No faltaba el voto de entera confianza con el sistema para remachar la “contundencia” de su gloriosa declaración. La segunda, silenciar a los medios de comunicación. Nadie entonces hablaba de los brotes de violencia, ningún editor ordenaba la inclusión de notas rojas en las ediciones de periódicos, noticieros de radio y televisión. El pueblo no se enteraba de nada. Pero había una forma más efectiva de mantener bajo control a las bandas delictivas: negociar con éstas. Así, los delincuentes se movían a sus anchas, bajo la condición de no provocar actos de violencia relevantes. Entonces, los delincuentes tenían bajo sus órdenes a jueces, ministerios públicos y comandantes policiales. Se vivía en paz; eso creíamos. Claro está que de las ganancias del crimen organizado, un buen porcentaje iba a los cofres personales de quienes ostentaban el poder público. ¿Son esas ganancias perdidas las que ahora hacen que algunos se opongan abierta o encubiertamente a la aprobación de leyes más contundentes?
También es cierto que el Gobierno Federal no ha tenido capacidad operativa para hacer frente a la delincuencia. Los últimos actos de violencia, los han protagonizado efectivos de los cuerpos de seguridad del Estado: el secuestro y asesinato de un menor de 14 años; otro secuestro en el interior del país, el asalto a una cadena de joyerías, asalto a un ciudadano bajo el falso pretexto de ir en estado de ebriedad… En el intento por recomponer el calamitoso estado de la seguridad pública, se ha hecho un llamado a los tres niveles de gobierno para poner un coto a la delincuencia. “Es absoluta responsabilidad de la Federación”, ha respondido el PRI; el PRD por su parte, impone condiciones ventajosas para sus propios intereses y el PAN, desaprueba todo lo que de la sociedad civil llega. La responsabilidad, sin embargo, es de todos. Que el gobierno de Calderón ha sido hasta ahora ineficaz, es cierto, pero también debemos estar concientes que gran parte de lo que ahora sucede, es parte de la herencia de un sistema de gobierno que duró más de 70 años y que para “mantener el orden”, se alió con los grupos delincuenciales. No podemos, entonces, admitir los alegatos de nadie, hasta que quienes pretenden sus cinco minutos de gloria mediática, no hayan reconocido sus pasados y presentes yerros. Y si no los reconocen, por lo menos que cierren el pico y se pongan a trabajar en beneficio de todos. Doña Beatriz Paredes Rangel, tiene razón: todos buscan propósitos electorales. Negar la propuesta presidencial es un propósito electoral, pues entre más crezca la delincuencia, menos votos habrá para el partido en el gobierno y más para los de aparente oposición. ¿No es cierto, doña Bety?

Tarjetero

*** Hablando de inseguridad, ayer en Terán, un sujeto asaltó a una dama a quien, dicen quienes la vieron sangrando, le sacó un ojo con el cuchillo que portaba. Fue detenido. A plena luz del día y ante cientos de testigos. Ya no hay respeto. *** Luego nos leemos.
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